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Después de Afganistán, ¿quién sigue?

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Ciertamente, una de las consecuencias de lo sucedido en Afganistán es el empoderamiento de los grupos yihadistas a nivel mundial’.

Una de las lecciones más importantes del fracaso de los EE.UU. y de Occidente en Afganistán es que los peores aliados son los gobiernos corruptos. De nada sirve la inversión, en este caso billonaria, la entrega de tecnología de punta, la presencia y sacrificio de tropas y de expertos propios enviados para dar apoyo si los oficiales de los ejércitos locales terminan vendiendo hasta sus propias armas a los sublevados. La corrupción impide hasta que se pague a tiempo a los soldados. Por eso se entregan sin un disparo y esconden lo más rápido posible el uniforme.

A raíz del fracaso en Afganistán, The Economist ha invitado a significativos pensadores como Francis Fukuyama, Robert Kaplan, Henry Kissinger, Niall Ferguson, entre otros, a opinar sobre el futuro del poder estadounidense o, de lo que ya comienza a llamarse, el fin de la “pax americana”.

Ciertamente, una de las consecuencias de lo sucedido en Afganistán es el empoderamiento de los grupos yihadistas a nivel mundial. “En Yemen”, recuerda la revista en un editorial, “han encendido fuegos artificiales; en Somalia repartieron dulces; en Siria elogiaron a los talibanes por brindar un ‘ejemplo vivo’ de cómo ‘derrocar a un régimen criminal’ mediante la Yihad… el efecto dominó se podía sentir en todas partes”.

El problema no estriba en que Afganistán se vuelva a convertir en campo de entrenamiento y de protección de terroristas. Hay un enfrentamiento mortal entre los talibanes afganos y los militantes del Estado Islámico y es difícil que, como están las cosas se vuelva a reproducir la época de Osama bin Laden. Pero el riesgo no será menor.

Envalentonados por la desastrosa salida estadounidense, habrá cada vez más fieles convencidos de la causa de Yihad que no actuarán en el mundo sino en sus propios países. Algo similar a lo que ya ocurrió en Iberoamérica a comienzos del siglo XIX: la caída de Fernando VII legitimó a los movimientos independentistas que terminaron con el orden colonial. Rusia, Irán, China e incluso Turquía como Gran Bretaña en esa época, están dispuestos a extender su influencia.