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Scroll

Avatar del Jaime Rumbea

Desmitificar los términos y discusiones que la gente rehúye

Agarro mi smartphone. Abro una aplicación. Muevo el dedo incesantemente como empujando la pantalla hacia arriba. Mi comportamiento, que hasta hace unos pocos años hubiera lucido demente, tiene nombre y es un lugar común que pasa desapercibido: scrolling. Pierdo la noción del tiempo mientras empujo hacia arriba la pantalla, no sé si veo, observo, leo o qué mismo. Es simplemente scrolling y mi concentración descarta el mundo real.

Luego de uno o varios minutos, regreso a mis cosas; apenas con un poco de remordimiento por el tiempo pasado o porque se acerca el momento de cumplir una obligación. Y sin lugar a duda al terminar una tarea, vuelvo a abrir el smartphone y vuelvo a scrollear.

Es una imagen con la que prácticamente todo el mundo se identifica hoy. Cambia el idioma, el entorno, el tipo de red o de contenido, pero esa breve escapada del trajín cotidiano para pasar al trajín digital es parte del día a día. Ni siquiera los niños se escapan en ciertos medios en los que padres decidieron ceder su responsabilidad a los aparatos.

Como esto no impacta a nadie, pero nadie, tal vez al ponerlo en otro contexto las razones para detenerse y pensar si basten.

Porque son las mismas personas -las que scrollean inconscientemente-, las que despotrican y se expresan con desconfianza sobre el metaverso y las monedas digitales. Tengo respetables amigos que pasan horas semanales en videojuegos, recibiendo recompensas e intercambiando activos digitales con sus amigos online, para luego descaradamente decir que crypto y otros subproductos de blockchain son un fraude.

El metaverso no es más que eso: el mundo paralelo en el que vivimos cuando interactuamos con otros a través de nuestros dispositivos electrónicos. Que si, que podrá seguir volviéndose más envolvente y omnipresente en nuestras vidas, conforme más de nuestro tiempo es mediado por una pantalla, sí.

Pero es tragar una rueda de molino pretender poner en duda que más y más de nuestro tiempo sucede -consciente o inconscientemente- en entornos digitales en los que más y más de nuestros recursos -económicos y cognitivos- son consumidos.