El poder

En fin, a la hora de acercarse uno al poder, en el barrio, la iglesia o el sindicato, bien puede uno escoger
Hay personas que tienen ojo para el poder. Lo ven y lo sienten. Lo persiguen y hacen depender su vida de él hasta que el poder los controla a ellos. Hay otras que lo ignoran, ni siquiera lo notan. Y luego están los que viéndolo y entendiéndolo, percibiéndolo, optan por resistirle.
El fenómeno del poder parece exclusivo de la política pero es propio de la iglesia, del club barrial, del grupo de amigas, es común en la organización universitaria o sindical, o hasta en la casa. Todo lo que involucra organización de individuos atañe cuestiones de poder y evidencia la forma en que las personas se relacionan con el poder: con o sin jerarquías, las personas se organizan y toman decisiones negociando su aceptación o legitimidad. Eso es poder.
Podemos detenernos y pensar quiénes son a nuestro alrededor las víctimas del poder, aquellos que perdieron su identidad y la sustituyeron por una identidad política. Podemos también pensar en quienes ni saben qué pasa a su alrededor y, encontraremos también gente que cuando está cerca del poder, le resiste.
No me impresiona alguien cuya sed de poder lo mueve, lo controla incluso. En sintonía con una tradición filosófica secular que idealiza la templanza, no veo nada que admirar en quien cede sus estribos al poder.
El que ignora el poder tampoco es digno de admiración. Es quien, como bajo animal, resulta cómodo ignorando las fuerzas que determinan su existencia.
Admirable es para mí, en fin, quien conociéndolo o habiéndolo vivido, resiste al poder. Mantiene su identidad a pesar de él.
Aunque solo a partir del relato, se cuenta que personajes tan distintos como Sócrates -quien lo estudió pero le resistió-, Mandela o el expresidente Mujica de Uruguay, entran en ese grupo. También entrarían, por ejemplo, los padres de la Unión Europea: ellos montaron en su época una organización supranacional para trascender las guerras, la diseñaron para crecer sin pretensión a dominar a naciones o individuos (cosa qué pasó 50 años después).
En fin, a la hora de acercarse uno al poder, en el barrio, la iglesia o el sindicato, bien puede uno escoger.