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Jaime Antonio Rumbea | Vouchers

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Urge un debate: qué formalidades jurídicas queremos conservar y cuáles reinventar para la era digital

Para hipotecar una casa, el ciudadano debe acudir al notario: identidad, voluntad y firma húmeda verificadas en un ritual costoso. Sin ese ceremonial, el contrato no existe. Pero si la Asamblea aprueba una ley, basta un ‘presente’ en videollamada y una firma electrónica; y si se trata de la renegociación de la deuda externa ecuatoriana en 2020, por miles de millones, la perfección del acuerdo fue virtual, sin solemnidad alguna.

El contraste es evidente: obligaciones menores -como una hipoteca individual- exigen toda la liturgia jurídica, mientras actos de mayor peso político y económico se cierran con trámites mínimos.

En el comercio cotidiano ocurre lo mismo: ‘vouchers’ de tarjeta firmados al descuido se transforman en deudas consolidadas, luego en titularizaciones, y finalmente en papeles bursátiles que mueven mercados. Detrás de millones, apenas queda el eco de garabatos en papelitos arrugados.

Desde las tablillas de arcilla hasta las firmas en la nube, las sociedades han necesitado soportes para dar permanencia a la palabra.

El mito sumerio de Enmerkar recuerda el salto decisivo de la oralidad a la escritura: la promesa fijada en materia. Hoy, en cambio, los vestigios de esas ritualidades aparecen desestructurados, incoherentes.

El problema es la ausencia de un criterio coherente sobre qué actos deben ir acompañados de solemnidad y cuáles no.

Los vestigios se heredan caóticos.

¿Tiene sentido exigir más para una hipoteca que para una ley? ¿O menos para un acuerdo internacional que para una simple garantía?

Urge un debate: qué formalidades jurídicas queremos conservar y cuáles reinventar para la era digital.

No basta con multiplicar papeles o firmas electrónicas; se trata de diseñar nuevos rituales que sostengan la confianza y den consistencia a un rejuvenecido pacto social.

En hacer las cosas más rápido y más fáciles, más proporcionales a su riesgo, se encuentra un salto cuántico de la economía moderna. La Constituyente es una oportunidad.