Columnas

Hombres y sombras

Esa chatura moral es más grave que la aclimatación a la tiranía. Nadie puede volar donde todos se arrastran”.

El hombre mediocre, de José Ingenieros, es un libro fascinante, escrito hace 108 años, sobre la moralidad y naturaleza humana. En él, Ingenieros hace apología del hombre idealista, que es aquel que persigue incansablemente “el gesto del espíritu hacia alguna perfección”. Como antítesis o némesis, define al hombre mediocre, que es aquel hombre rutinario, corriente, sin mayores motivaciones; ese hombre-masa que bien describiera José Ortega y Gasset.

Siempre habrá idealistas y mediocres en sus dos mundos morales. El hombre idealista es aquel espíritu superior que lucha por la gloria inmarcesible. A ‘contrario sensu’, el hombre mediocre es inmediatista, tiene apetitos urgentes, busca el triunfo efímero sin entender que existe la gloria. Busca encaramarse en algún logro inmerecido pues es incapaz de alcanzarlo por mérito propio. El idealista, siendo capaz de forjarse un mejor destino con su esfuerzo y talento, respeta y admira el esfuerzo ajeno pues tiene conciencia de lo que cuesta perseguir un ideal. El mediocre-envidioso y acomplejado por naturaleza- anhela aquello que es incapaz de obtener por sí mismo, denostando todo logro ajeno “sin sospechar de cuántas espinas está sembrado el sendero de la gloria”. El idealista conquista la gloria, el mediocre mendiga el éxito; el uno busca diferenciarse, el otro busca mimetizarse; el uno es digno, el otro es servil; el uno es hombre, el otro es sombra.

Este próximo domingo nos tocará elegir un nuevo presidente de la República. A pesar de la torpeza democrática de tener 16 candidatos y medio, las encuestas serias ubican solo a dos candidatos con opciones ciertas de llegar a la segunda vuelta.

La pregunta que debemos hacernos es cuál de los candidatos tiene las mejores cualidades personales para ser presidente; cuál de los candidatos tiene una hoja de vida que lo haga merecedor de que los ecuatorianos le confiemos el cargo más importante y honorífico del país. ¿Votaremos por alguien que su vida ha sido ejemplo de la permanente búsqueda y consecución de ideales, o por algún pobre hombre, excelsamente mediocre, cuyo único mérito es ser rastrero; una vulgar sombra?

Enfrentamos entonces la grave responsabilidad de decidir el futuro de nuestras familias, hijos y entorno. Toca actuar en consecuencia, a la altura de las circunstancias, sin temor ni favor, porque si no, nos mereceremos convertirnos en una simple sociedad arrebañada, tal cual describiera Ingenieros de manera prístina: “Políticos sin vergüenza hubo en todos los tiempos y bajo todos los regímenes; pero encuentran mejor clima en las burguesías sin ideales. Donde todos pueden hablar, callan los ilustrados; los enriquecidos prefieren escuchar a los más viles embaidores. Cuando el ignorante se cree igualado al estudioso, el bribón al apóstol, el boquirroto al elocuente y el burdégano al digno, la escala del mérito desaparece en una oprobiosa nivelación de villanía. Eso es la mediocracia; los que nada saben, creen decir lo que piensan aunque cada uno solo acierte a repetir dogmas o auspiciar voracidades. Esa chatura moral es más grave que la aclimatación a la tiranía. Nadie puede volar donde todos se arrastran”.

¡A votar bien entonces!