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Iván Baquerizo | La tiranía del subsidio ‘ad libitum’

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Eliminar subsidios no focalizados no es un capricho “neoliberal”, ni de “oligarquías”

La noche del 4 de junio de 1968, Robert F. Kennedy, habiendo ganado las primarias en California y horas antes de ser asesinado en el Ambassador Hotel de Los Ángeles, pronunciaría el último discurso de su vida. Esa noche, RFK diría una frase que hoy resuena con fuerza en el Ecuador: “Lo que hoy reclama nuestra nación no es división, ni odio ni violencia ni anarquía. Reclama amor, sabiduría y compasión hacia los demás”. Era un aviso premonitorio de que una sociedad donde la imposición se antepone al diálogo es, inevitablemente, una sociedad fallida.

El reciente decreto del presidente Daniel Noboa eliminando el subsidio al diésel es, sin duda, una medida valiente. Por décadas, estos subsidios no focalizados han sido un cáncer silencioso que distorsionan la economía, drenan recursos fiscales y que terminan beneficiando más a contrabandistas, mafias y grandes transportistas que a los mismos pobres. Hayek advertía que no hay política más perversa que aquella que, bajo la apariencia de generosidad, acaba destruyendo la prosperidad de todos.

Pero lo alarmante no es la medida ‘per se’, sino la reacción de ciertos sectores malacostumbrados a revertir este tipo de medidas a la fuerza. La Conaie ha convocado marchas y protestas exigiendo la derogación inmediata del decreto, no mediante argumentos, sino bajo la amenaza de paralizar al país. ¿Es ese acaso el camino a una democracia madura o la trágica repetición del viejo libreto de un liderazgo retrógrado?

Eliminar subsidios no focalizados no es un capricho “neoliberal”, ni de “oligarquías”. Cada dólar que se quema en subsidiar combustibles baratos a ricos, pobres, honestos, contrabandistas o mafiosos, es un dólar que se roba de la salud, de la educación y de la seguridad.

Thomas Jefferson decía que “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”. En nuestro caso, el precio de la libertad es la valentía de enfrentar a una minoría de privilegiados que parasitan del bolsillo del contribuyente.

La gobernabilidad no puede someterse al chantaje de nadie. Ceder nuevamente ante la presión de la turba es seguir solapando a quienes pretenden gobernar desde la calle lo que perdieron en las urnas.

La protesta es un derecho, la imposición por la fuerza es un abuso.

Ya es hora de que el Ecuador sepulte estas prácticas mafiosas. No se trata de negar que la eliminación del subsidio tendrá algún impacto; por supuesto que lo tendrá. Pero precisamente ahí entra nuestra obligación de focalizar y construir políticas de compensación para quienes realmente lo necesitan. Lo que no se puede es perpetuar un esquema que devora al país en nombre de una falsa justicia social.

Robert F. Kennedy, irónicamente, horas antes de ser asesinado rechazaba la violencia y apelaba a la unidad nacional.

En la película Gladiator, el emperador Marco Aurelio advertía a su general Máximo Décimo Meridio: “Hay una batalla más difícil de la que libras contra tus enemigos; la batalla contra la decadencia de Roma”. O elegimos destrabar la economía en beneficio de las silentes mayorías o nos subyugamos una vez más a la violencia de un liderazgo decadente y mafioso.

La historia nunca ha perdonado la cobardía; ya es hora de que aprendamos esa lección.

¡Hasta la próxima!