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Iván Baquerizo: La anaciclosis de Polibio

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Si el Gobierno de Daniel Noboa quiere romper nuestra propia anaciclosis debe corregir el diseño mismo del Estado

Polibio fue un historiador y estadista griego del siglo II a. C. que tuvo la oportunidad única de observar desde dentro la hegemonía romana. En las altas esferas del poder analizó con lucidez cómo funcionaba esa maquinaria política y elaboró teorías que siguen vigentes. Roma prosperó gracias a un sistema de pesos y contrapesos: los cónsules mandaban, pero por tiempo limitado; el Senado aconsejaba y controlaba las finanzas; y el pueblo, a través de los tribunos, conservaba el veto para frenar abusos. Era una arquitectura deliberada para impedir que la ambición de uno destruyera la libertad de todos.

La pieza central de su pensamiento es la anaciclosis, la teoría que describe la sucesión cíclica de regímenes. Toda forma de gobierno nace virtuosa, pero degenera en su versión corrupta, dando paso a la siguiente. El ciclo inicia con la monarquía, el gobierno de un líder único y virtuoso. Esta deriva en tiranía, cuando el gobernante orienta el poder a su propio beneficio. Frente al tirano surge la aristocracia, un grupo selecto y virtuoso que restaura el orden. Pero también ella se corrompe y cae en oligarquía, donde las élites buscan privilegios. En respuesta emerge la democracia, que recupera la justicia. Sin embargo, cuando pierde límites y se entrega a la emotividad, degenera en oclocracia, la tiranía de la masa: caótica, volátil, manipulable. Ese caos termina clamando por un líder fuerte, reiniciando el ciclo.

Para Polibio, este ciclo solo puede romperse con un sistema que distribuya el poder de modo que nadie capture el Estado. Lo llamó “constitución mixta”; una combinación de monarquía, aristocracia y democracia donde cada componente vigila al otro. Es la lógica que hoy reconocemos en la división de poderes: un Ejecutivo acotado, un Senado o aristocracia institucional que modera, y una representación popular que equilibra. Roma logró estabilidad porque entendió esa mezcla y evitó que un solo actor dominara el conjunto.

Ese equilibrio es justamente lo que Ecuador ha perdido tras décadas de experimentos socialistas que concentraron poder, debilitaron los contrapesos y convirtieron a la Constitución en un laberinto inmanejable y contradictorio.

Si el Gobierno de Daniel Noboa quiere romper nuestra propia anaciclosis —esa repetida oscilación entre caudillismos, congresos arbitrarios y populismos volátiles— debe corregir el diseño mismo del Estado; enmiendas constitucionales que liberen el sistema, reformas que restituyan autoridad sin autoritarismo y una nueva arquitectura institucional que libere a los ciudadanos que impida que la sociedad vuelva a ser rehén de los caprichos políticos y del eterno instinto refundador.

La oclocracia, advertía Polibio, era el preludio de soluciones desesperadas. La salida no está en la fuerza de caudillos mesiánicos que terminan en tiranías, sino en la fuerza de instituciones que limiten el poder. Hace dos mil años Roma comprendió que la libertad no se sostiene sola; necesita estructura, equilibrio y vigilancia constante. Si no construimos contrapesos efectivos, la anaciclosis seguirá repitiéndose con nuevos nombres y mismos resultados.

Roma lo entendió hace más de dos mil años. ¿Lo entenderemos nosotros ahora?