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Iñigo Balda | Ser, no fingir

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La práctica de cerrar programas y medios es más propia de tiranos y dictadores que de democracias modernas

La semana pasada vimos cómo el cómico Jimmy Kimmel en su programa nocturno de comedia hizo unos comentarios más que insensibles en contra del activista de derechas asesinado Charlie Kirk, que llevó que su programa fuera suspendido “indefinidamente” por parte de la cadena ABC, propiedad de Disney.

Esta acción fue llevada a cabo después de que Disney le solicitase a Kimmel que pidiera disculpas por sus comentarios. Sin embargo, Kimmel, en lugar de pedir disculpas, pensaba seguir echando gasolina al fuego con unas disculpas pocos sinceras. Esto llevó a ABC a suspender indefinidamente a Kimmel, aunque la sanción ya ha sido levantada y ayer por la noche regresó a las pantallas.

Para todo, es importante saber que Kimmel es ‘La cara’ de la cadena ABC. ¿Qué llevó entonces a tomar estas decisiones? Pues la presión del encargado de la FCC (organismo que da las licencias de televisión en EE. UU.), Brendan Carr, un hombre de Trump, que a la mañana siguiente a las palabras de Kimmel apareció en la radio amenazando con no renovar las licencias locales de muchas filiales de ABC si no hacían algo con Kimmel.

Entrar en política tiene eso: se pasas a ser una persona pública, bajo el escrutinio de todos. Se pasa a ser el dardo de comediantes y ponen el foco en todo lo que estés o no haciendo. Es lo normal en una democracia sana. El tiempo pone a todos en su lugar.

Pero, censurar, perseguir, investigar para ejercer presión, crear campañas de desprestigio generadas desde el entorno del poder se puede entender como vanidad, debilidad, incluso hasta como corrupción.

Las personas que saben que están haciendo el bien, hacen caso omiso al ruido, siguen su camino. Las personas que saben que están haciendo las cosas mal, quieren eliminar a quien las deja en evidencia.

Estamos viendo a nivel mundial un escalda en la que los gobiernos, más enfocados en la percepción que en gobernar, se lanzan a sancionar, perseguir y callar a medios de comunicación, cuyo trabajo y deber es informar al público.

Dicho eso, los medios tienen una obligación de poder demostrar lo que publican. Si no lo hacen, no están cumpliendo con su cometido de informar.

Cuando los medios faltan a la verdad, hay que denunciarlos; pero si están haciendo su trabajo bien, investigando y si se les pregunta y sacan las pruebas de un trabajo bien hecho, simplemente se ha honrado el cometido de informar al público para que este tome sus decisiones.

No hay censura más grande que lanzarse contra los medios, sin importar el motivo.

La práctica de cerrar programas y medios es más propia de tiranos y dictadores que de democracias modernas. Además, deja en evidencia a los políticos que la ejercen, mostrándolos como personas más preocupadas por su imagen, en el mejor de los casos. O como personas con ganas de más poder que el otorgado por una constitución, en el peor de los casos.

Demócrata se es, no se puede fingir.