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¡Ahora sí!

Avatar del Ignacio Granja

No podemos terminar como los países que aún sufren los castigos por soportar a los izmierdistas

Aun los que se dicen defensores de los derechos del pueblo, esos que representan a una escasa minoría, elegidos vaya usted a saber de qué manera, amparados en el sistema que quieren desaparecer, piden sanciones para los que los han ofendido y tristemente les conceden lo solicitado.

Pero en época de la revolución ni chistaban. Sabían que la cárcel los esperaba. No emitían opinión alguna cuando el prófugo les decía lo que le daba la gana. Los cobardes callaban.

Estaban conformes con las limosnas y no les interesaba lo que pasaba con el combustible subsidiado, así lo vendieran mar afuera a precios internacionales o fugara por las fronteras a vista y paciencia de los llamados a evitar el desangre de los recursos de la patria.

Hoy, en plena vigencia de la democracia, y favorecidos por el mamotreto de Montecristi, protestan, amenazan y hacen desplantes al poder constituido. Dan pautas de cómo gobernar.

Los favorecidos por el narcotráfico, sin asomo de vergüenza, rechazan la instalación de radares en la cima de un cerro asentado en la ciudad y provincia de la que se han beneficiado con el imperio de una lacra pestífera, que crece hasta el punto de habernos convertido en corredor de la maldición.

Los actores del circo siguen demostrando que no sirven para nada. Una bella ocasión ha demostrado que lo dicho es una dolorosa verdad.

Seguimos esperando resoluciones de ese organismo mil veces mancillado por seres que deberían estar todos en la cárcel. Pero ha caído solo el despeinado, quien espera la llegada de sus compinches, incluidos los prófugos que gozan con el dinero mal habido y los callados que anhelan que ni se acuerden de sus fechorías.

Y así, de escándalo en escándalo vivimos en este Ecuador digno de mejor suerte, esperando que desaparezcan las colecciones putrefactas que nos heredó el neocomunismo abortado del foro de Sao Paulo, que no ceja en sus malsanos intentos de acabar con lo bueno de la democracia.

Señor presidente, ya es hora de acabar con la Carta Negra, remedo de Constitución, que nos sigue ofendiendo y perjudicando. No podemos terminar como los países que aún sufren los castigos por soportar a los izmierdistas.