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Yugo servil

Avatar del Francisco Swett

"Las raíces de la historia son profundas y la cultura hispanoamericana contiene una cadena interminable de taras y fetiches en la concepción del Estado y sobre la naturaleza de un pacto social viable"

“El poder absoluto [fue] el sello peculiar del colonialismo español... España había extraído grandes cantidades de oro y plata del Nuevo Mundo para venderlos como materia prima... Controlaba la totalidad del suministro mundial de cacao... [y lo] mismo con el cobre, el añil, el azúcar, las perlas, la lana, el algodón, los tomates, las papas y el cuero. Para evitar que las colonias comerciaran con estos bienes les impuso un sistema oneroso de dominio… No se podía publicar ni vender libros ni periódicos sin permiso del Consejo de Indias… La aprobación de cualquier empresa, el envío de una simple carta era un asunto engorroso y caro… España reprimió ferozmente el espíritu empresarial americano… no aceptaba la competencia.” Así describe Marie Arana el yugo español, de manera lúcida y fluida, en su magistral biografía de Bolívar.

Dos siglos después, cualquier parecido no es coincidencia. Las raíces de la historia son profundas y la cultura hispanoamericana contiene una cadena interminable de taras y fetiches en la concepción del Estado y sobre la naturaleza de un pacto social viable. El autoritarismo de la Corona española ha mutado; hoy es un monopolio estatal, dirigido por sus representantes y por quienes orbitan alrededor del poder político. Los dirigentes laborales, por ejemplo, bogan por el inmovilismo y la rigidez en los empleos en nombre de una malgastada estabilidad, cuyo resultado más evidente es la exclusión de la mayoría de contingentes de la fuerza laboral y la expulsión de un millón de ecuatorianos. En otro ejemplo, solo a una Asamblea anclada en la mentalidad colonial se le ocurre que los eventos de fuerza mayor, que por su naturaleza son pasajeros, acá son terminales y finales; no acaban de entender que sin producción no hay creación de empleo. El régimen económico ecuatoriano, podemos concluir, es, al igual que en los tiempos de la Colonia, adverso a la competencia. ¡No la tolera! 

El Estado rapaz es explotador. Lo hace cuando absorbe los recursos de las telefónicas y carteliza el mercado de las comunicaciones para saciarse a sí mismo. Si España se llevaba el oro y la plata para venderlos como materia prima, acá se castiga al ciudadano para pagar la deuda pública. El Gobierno extrae impuestos brutales a través de su monopolio eléctrico. Y todo ello ¿para qué?, pues, para en nombre de lo estratégico, y emulando al Consejo de Indias, cubrir los sobreprecios, las coimas, los malos diseños y pobres construcciones y la falta de planificación en las obras eléctricas. El presidente sonríe cuando dice que le vendemos energía a Colombia y le preguntamos: ¿a qué precio? La respuesta es ¡a menos del 5% de lo que le cobramos a los locales! Finalmente, solo en el país de Ecuador hay economistas que proponen que se suban los impuestos para solventar los empleos burocráticos, que para ellos son socialmente valiosos, mientras un cuarto de millón de plazas de trabajo en el sector privado ya se fueron al cesto de la basura. ¡Es evidente que nuestra singular heredad ibérica nos permite saber algo que el resto del mundo ignora!

El yugo servil subsiste. Es el alimento de Leviatán que permite el abuso de una nación atrapada en el tiempo por su pasado y acongojada por su presente.