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Florencio Compte | ¿Cuándo nos volvimos insensibles?

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Del asombro hemos pasado al cinismo, a la indiferencia y a la desilusión ante la injusticia y el desgobierno

Un asesinado más cada día. Gente que muere en los hospitales por no tener los mínimos insumos. Escuchar la crueldad de cómo fueron torturados y asesinados cuatro niños por parte de quienes están llamados para defendernos y cuyo crimen sigue impune. Balas perdidas que acaban con la vida de personas inocentes. Niños muertos entregados a sus padres en cajas de cartón. Cárceles convertidas en tumbas ante epidemias incontroladas. Pacientes de hospitales que deben limpiar sus propias habitaciones. Cada día otro escándalo de corrupción que hace que se olvide el del día anterior. Vivir con miedo en las calles. Escuchar información distorsionada sobre lo que realmente sucede. Falta de empatía y desinterés por parte de las autoridades. El ser uno de los países más violentos del mundo. Ese es Ecuador. Y eso, no es lo peor. La mayor desgracia es que todo esto se ha vuelto tan cotidiano que lo estamos normalizando. Los crímenes ya no son noticia de primera página, sino que cada vez ocupan menos espacio en las páginas interiores de los diarios. Mientras no nos afecte directamente, poco importa. ¿Cuándo nos volvimos insensibles?

La sobrecarga de noticias negativas y la exposición constante a la violencia y al sufrimiento ajeno ha llevado a insensibilizar a la sociedad ecuatoriana y a volverla incapaz de dar una respuesta emocional y política adecuada. Del asombro hemos pasado al cinismo, a la indiferencia y a la desilusión ante la injusticia y el desgobierno. El no mostrar interés se ha convertido en un mecanismo de defensa y de protección como forma de evitar que nos afecte psicológicamente.

Decía el escritor rumano Elie Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración nazis, que la sociedad estaba dividida por tres categorías: los asesinos, las víctimas y los indiferentes; a estos últimos los ubicaba Dante en la Divina Comedia en el vestíbulo. Eran aquellos que nunca tomaron partido ni dijeron nada y quedaron condenados a vagar sin rumbo, sin un destino fijo. Añadiría una cuarta categoría: los que todo lo justifican. Esos son los peores.