Fernando Insua Romero | Ecuador: ¿El Salvador de 2004, o de 2025?

La percepción generalizada es que la justicia protege más al delincuente que al ciudadano
Nos gusta compararnos con El Salvador. Nos ilusionamos con su presente, pero evitamos el espejo de su pasado. Decimos que queremos resultados como los de Bukele, pero actuamos como si estuviéramos calcando el libreto de cuando todo allá se fue al infierno.
A inicios de los 2000, El Salvador vivía un colapso moral del Estado. Las maras extorsionaban, vacunaban negocios y aterrorizaban barrios enteros: estaban infiltradas en la justicia, en la Policía, en la vida social. Las cárceles dejaron de ser centros de rehabilitación y se convirtieron en verdaderos santuarios de poder criminal. Y en ese contexto, cuando el presidente Antonio Saca intentó un plan de mano dura, vino un pronunciamiento polémico de la Corte Suprema salvadoreña en 2004, que declaró inconstitucional buena parte de la estrategia. Se habló de derechos humanos, de negociar, se exigieron garantías. ¿Resultado? Las morgues colapsaron, las maras se fortalecieron y …20 años después, llegó Bukele.
Hoy en Ecuador, la Corte Constitucional se pronuncia con igual retórica garantista, mientras en las calles el crimen organizado extorsiona, domina cárceles, maneja rutas de droga y cobra vidas. La percepción generalizada es que la justicia protege más al delincuente que al ciudadano. ¿Estamos replicando El Salvador dl 2024 o el de 2025? Porque si es lo primero, nos esperan dos décadas de politiquería, pactos con mafias y decenas de miles de muertos antes de tener el valor político y social de hacer lo que hay que hacer. ¿Realmente estamos listos para aprender sin pasar por el infierno? El Salvador aprendió a la fuerza. Nosotros aún podemos evitarlo. Pero eso requiere más que indignación o retórica. Se necesita un plan claro de seguridad. Y sobre todo, evitar el impulso de buscar enemigos solo dentro de la clase política. Porque mientras se crean capítulos de enfrentamiento interno que pueden ser útiles para ciertas acciones de poder, la verdadera guerra -la que importa- la estamos perdiendo en las calles.
El espectáculo político puede entretener un rato, pero también aburrir. Y cuando el público se cansa, las mafias no solo aplauden: toman el poder. Ya lo hicieron antes, con otros rostros.