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¿Cómo sería una política japonesa de disuasión?

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¿Son las capacidades japonesas suficientes para modificar los cálculos de riesgo de los planificadores militares chinos? 

La respuesta de Japón a la invasión rusa de Ucrania y a la alianza estratégica anunciada por Rusia y China poco antes de eso, ha sido notablemente decidida. La propuesta del gobierno de duplicar el presupuesto de defensa del país en los próximos cinco años es una muestra de realismo político y de determinación práctica. La pregunta clave es cómo usar ese dinero. En los documentos que describen las nuevas estrategias de seguridad nacional y de defensa nacional, Japón reconoce el hecho de que para poder defenderse y ayudar a mantener la paz en la región, debe seguir trabajando con sus aliados (en particular Estados Unidos, con el que tiene un tratado de seguridad desde 1951). Pero estos documentos también traen algo nuevo. El gobierno declara públicamente su determinación a asumir un papel central en la autodefensa de Japón, y a disuadir a otros de intentar “cambios unilaterales al statu quo” (una invasión o bloqueo de Taiwán por parte de China). Este compromiso con la disuasión es la tarea más importante que se ha fijado Japón, pero también la más difícil. Implica disuadir un ataque (convencional o nuclear) de Corea del Norte, una agresión rusa, y sobre todo, acciones chinas contra Taiwán o contra las islas japonesas Nansei, estratégicamente situadas en su cercanía. A quienes crecimos durante la Guerra Fría, la palabra disuasión nos hace pensar en armas nucleares y en la doctrina, temible pero en última instancia tranquilizadora, de la “destrucción mutua asegurada”. Pero Japón no tiene esa opción. El nuevo rearme japonés también refleja la conciencia de que el país no siempre podrá confiar en la protección (nuclear o no) estadounidense. Sobre todo si en el futuro Japón no hiciera un aporte significativo a la tarea común más amplia de disuadir a China, Rusia y Corea del Norte. Por eso la nueva estrategia incluye una llamativa mención a la adquisición y creación de “capacidades de contraataque”, es decir, una fuerza de misiles tal que adversarios potenciales comprendan que podrá usarse para una represalia inmediata o incluso para llevar a cabo ataques preventivos. Las dos características principales de esa capacidad de contraataque son la velocidad y la potencia. La creación de una capacidad de contraataque creíble es vital para aumentar el poder de disuasión de Japón respecto de sus adversarios potenciales del norte y del oeste: Rusia y Corea del Norte. Pero el adversario del sur, China, presenta un desafío más difícil. Para ello debe modernizar, ampliar sus fuerzas de defensa marítimas, terrestres y aéreas; e introducir cambios en su modo de despliegue. Ni la Fuerza de Autodefensa Marítima de Japón (armada) ni su numerosa y bien equipada Guardia Costera operan en toda la extensión de las inmensas aguas territoriales japonesas, ni tampoco el ejército o la fuerza aérea, cuentan con alguna base o centro de reaprovisionamiento significativos en las sureñas islas Nansei cerca de Taiwán. Sin esas bases, por muy poderosas que lleguen a ser las fuerzas japonesas, seguirá siendo demasiado difícil desplegarlas con rapidez a las zonas de conflicto más probables; y será imposible transmitir a los estrategas chinos el mensaje de que Japón tiene capacidad efectiva para una movilización rápida. Ello implica establecer bases militares adecuadas en las islas más meridionales. Esto tampoco será fácil. Las sensibilidades políticas en relación con los mandatos de Tokio son tan fuertes en estas islas del sur como más al norte en Okinawa. Aprovisionar las bases y adaptarlas para que puedan ocuparse todo el año en forma duradera será costoso. Pero es la prueba real de la nueva estrategia de defensa de Japón en los próximos cinco años y después.