Arturo Moscoso: La migración, esa amenaza

En vez de una política migratoria clara y cooperativa, se impone una lógica de sospecha y estigmatización
En los pasados días fui invitado a participar en la XXVI Mesa Nacional de Movilidad Humana organizada por la Cancillería y también fui convocado a la Comisión de Relaciones Internacionales y Movilidad Humana de la Asamblea Nacional. Tema en común: la migración. En ambos espacios expresé una inquietud que se vuelve cada vez más preocupante: el progresivo reemplazo del enfoque de derechos humanos por el muy versátil y poco definido concepto de ‘seguridad nacional’.
Este término, que en apariencia lo justifica todo, ha comenzado a ocupar un lugar central en el debate legislativo. No solo aparece en varias reformas propuestas a la Ley Orgánica de Movilidad Humana, sino que ya se materializó en la recién aprobada Ley de Integridad Pública. En ella se permite que personas extranjeras puedan ser expulsadas incluso sin una sentencia condenatoria ejecutoriada. Todo esto bajo el supuesto de un “conflicto armado interno” que nadie ha explicado con claridad, pero que parece servir de excusa para cualquier cosa.
Y el problema no es solo jurídico -que lo es, porque vulnera garantías básicas establecidas en la Constitución y en los tratados de DD.HH.-, sino también político y ético. En lugar de construir una política migratoria basada en evidencia, cooperación y reglas claras, avanzamos hacia una lógica de sospecha, estigmatización y respuesta automática. El migrante como amenaza, el irregular como enemigo, el extranjero como sospechoso permanente.
Regular la migración es necesario. Hacerlo con criterio, más aún. Porque cuando se cierran las puertas legales, lo que se fortalece no es el orden, sino el crimen organizado. La migración se vuelve negocio para las redes de trata y tráfico de personas. Lo que alimenta esas mafias no es la movilidad humana, sino la ausencia del Estado y su renuncia a regular con humanidad.
Ecuador puede elegir entre aplicar la ley con humanidad e inteligencia o usarla como una trinchera contra el miedo. Pero si optamos por esta segunda vía, no digamos luego que no lo sabíamos. Habremos elegido a nuestro nuevo enemigo interno: la migración, esa amenaza.