La diplomacia de la muchedumbre

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Putin ha demostrado que la interdependencia económica no engendra necesariamente actores geopolíticos responsables.

¿Es aún posible lograr una política exterior sólida y orientada al futuro? Durante mis conversaciones con estadistas, diplomáticos, agentes de inteligencia y académicos reunidos en la conferencia de seguridad de Múnich, dudé de ello. Pensemos en la relación entre EE. UU. y China. Hace poco el vice primer ministro chino Liu He ofreció un discurso conciliador que para algunos observadores es parte de una ofensiva de fascinación contra Occidente. Luego de eso muchos esperaban que el viaje programado a China del secretario de Estado de EE. UU. Antony Blinken reduciría aún más las tensiones, aprovechando la reciente reunión de Liu con la secretaria del tesoro Janet Yellen, así como el encuentro en persona de los presidentes chino, Xi Jinping, y estadounidense, Joe Biden en Bali en noviembre. Porque se inclinan hacia una competencia más potente es que ambos bandos parecen ansiosos por limitar su rivalidad, pues reconocen que es necesario un contacto más frecuente para evitar malentendidos o escaladas accidentales. Vino entonces la gran persecución del globo chino, que puso fin a toda noción de distensión. Biden trató de limitar el nerviosismo, pero la opinión pública presionó por una medida de seguridad nacional. En TV, Twitter y otros medios de difusión, los críticos de Biden interpretaron su circunspección como debilidad. Muy pronto pospuso su viaje a Pekín. El ejército estadounidense derribó el globo una semana después de su aparición y continuó con la destrucción de otros tres objetos no identificados en el espacio aéreo estadounidense, que más tarde fueron considerados como muy probablemente ‘benignos’. La supuesta respuesta de los funcionarios de defensa chinos fue negarse a recibir los llamados de sus contrapartes estadounidenses. EE. UU. no actuó con información de inteligencia que indicara amenaza inminente, pero el gobierno de Biden sintió la necesidad de mostrarse fuerte ante el público estadounidense y ahora la relación entre su país y China es más escabrosa que antes. El diálogo abierto y honesto entre ambas superpotencias nunca fue más necesario, pero la continua necesidad de mostrar fortaleza lleva a que la diplomacia resulte extremadamente difícil. Un entorno mediático impulsado por Twitter y las noticias inmediatas no hace más que alentar la escalada. Y aunque Xi pueda estar protegido de los medios de difusión críticos y la oposición local, también enfrenta una presión cada vez mayor para no ceder un ápice. Para entender el jaleo geopolítico actual hay que mirar más allá de las grandes potencias y los principales estrategas. Parece que ahora la que manda es la opinión pública y el fenómeno es mundial. Está surgiendo una brecha aún mayor sobre la forma del orden global. Los europeos y estadounidenses anticipan la aparición de un mundo bipolar dividido entre China y Occidente, donde muchos otros países funcionarán como Estados clave, como ocurrió durante la Guerra Fría. Pero otros -entre ellos, muchos en China- entienden que el mundo se dirige hacia la fragmentación y que muchas potencias competirán por la influencia. ¿Cómo trabajar pragmáticamente con todos para proteger los intereses propios? En vez de bailar al son de la música de otros, la mayoría de países desea cantar sus propias canciones. Los países ven que existe un doble estándar y les molesta la idea de verse obligados a elegir un bando en un conflicto que no causaron. Actualmente, todos los países -incluso las dictaduras- actúan para la multitud, y la diplomacia verdadera quedó relegada a los márgenes.