Jaime Izurieta Varea | Veni, Vidi, Deus Vicit
Gracias a esta gesta, Viena se convirtió en símbolo de resistencia, pero también de arrogancia
La ciudad de Viena fue un bastión crítico del cristianismo en el corazón de Europa, que resistía el avance de la invasión turca. En septiembre de 1683, la ciudad se encontraba cercada por un implacable ejército otomano de más de cien mil hombres.
Durante dos meses, en una lucha visceral, con hambre, condiciones infrahumanas, y desesperación, sostenida por su fe, Viena resistió el sitio del Gran visir Kara Mustafa Pashá.
Durante dos meses, en una lucha visceral, marcada por el hambre, las condiciones infrahumanas y la desesperación, Viena resistió el sitio del gran visir Kara Mustafa Pachá, sostenida únicamente por su fe.
Juan III Sobieski, al mando del ejército polaco, tenía otros planes. En la madrugada del 12 de septiembre, luego de una misa en lo alto de las colinas del Wienerwald, lanzó una de las cargas de caballería más imponentes de la historia. Miles de temibles húsares alados, junto con combatientes sajones y bávaros, descendieron sobre el campamento musulmán, rompiendo líneas, destruyéndolo tod y desbaratando el cerco en cuestión de horas. Al final del día, Sobieski escribió al Papa Inocencio XI: “Vine, vi, y Dios venció”, consagrando la victoria de la Cristiandad.
Ese momento marcó el inicio del declive otomano y el ascenso de la Europa moderna, libre, basada en el comercio y el desarrollo tecnológico. La misma Viena se convertiría en el centro del pensamiento, la producción artística y el avance científico más elevados durante las décadas previas a la Primera Guerra Mundial.
Gracias a esta gesta, Viena se convirtió en símbolo de resistencia, pero también de arrogancia: una ciudad que se salvó por aliados que despreciaba, un imperio que sobrevivió gracias a quienes no compartían su corona. El imperio caería más de tres siglos después, en una salida indigna y con sabor a rendición.
Ecuador acaba de vivir su propio sitio. Cercado por dirigentes que bloquean, gritan e imponen por la fuerza, el país resiste entre el agotamiento y la resignación. Como Viena, se salvó por poco. Pero las murallas siguen en pie: las del miedo, las del poder que no escucha, las de la falta de libertad y de derechos de propiedad. Las naciones no caen por la fuerza del enemigo, sino por su incapacidad de ver que el mundo cambió fuera de sus murallas.