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Nuestra modernidad líquida

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"...en este posmodernismo, volvemos a quererlo todo de inmediato, vivimos ansiando cambios y nos declaramos permanentemente insatisfechos: buscamos sin pausa y con prisa lo que sigue, lo que viene, lo que falta"

Hace cerca de 2.400 años, Platón, citando a Heráclito (Cratylus) dijo que nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río, sugiriendo con ello que no hay nada permanente en el mundo (todo fluye, nada se queda).

En la época en la que éramos nómadas, nada había mucho más cierto que el cambio permanente. Pero con la llegada de la agricultura (para algunos como Jared Diamond, considerado ‘El peor error en la historia de la raza humana’) y el inexorable germinar del concepto de propiedad, nos convertimos en animales sedentarios, anclados por aquellas tradiciones y estructuras que fuimos descubriendo y creando poco a poco, en busca de una estabilidad en beneficio de todos. (Encomiable... pero de allí surgieron las guerras también, por el nuevo concepto de ‘territorio’).

Pero en este posmodernismo, volvemos a quererlo todo de inmediato, vivimos ansiando cambios y nos declaramos permanentemente insatisfechos: buscamos sin pausa y con prisa lo que sigue, lo que viene, lo que falta. Esta época se caracteriza por el individualismo exagerado, rampante; los compromisos son irrelevantes a largo plazo, todo se mueve al ritmo del consumo y en esa vorágine se devoran y desechan -a una velocidad inverosímil- muchos valores, porque son un estorbo en la búsqueda de la nueva felicidad y seguridad individual. Reina la competencia, el antagonismo y la incapacidad de análisis.

Aquel fenómeno es al que el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman ha llamado la ‘modernidad líquida’. Él sostiene que la modernidad sólida (aquella que generaba fundamentos ideológicos, sociales y religiosos con criterio de pertenencia, porque conservan su forma y persisten en el tiempo) ha terminado, y que estamos frente a una líquida (una que se riega, fluye, cambia, corre, se filtra). Y en ese análisis le preocupaba que las formas sociales se derriten más rápido de lo que pueden crearse nuevas. Le preocupaba que todo haya pasado a la cultura del ahora, a la de la prisa.

Umberto Eco en su obra póstuma (Pape Satán Aleppe, Crónicas de una sociedad líquida), con la genialidad que lo caracterizó, se une a Bauman y nos deja lecciones y advertencias. Sostiene que las redes sociales pueden ser peligrosas. “Admitiendo que sobre 7.000 millones de habitantes del planeta hay una dosis inevitable de imbéciles, muchísimos de ellos una vez comunicaban sus desvaríos a los íntimos o a los amigos del bar -y así sus opiniones quedaban en un círculo reducido-. Ahora, una importante cantidad de estas personas tiene la posibilidad de expresar sus propias opiniones en las redes sociales. Por lo que estas opiniones alcanzan a audiencias enormes, y se confunden con muchas otras expresadas por personas razonables”. “Nadie es un imbécil de profesión -salvo excepciones-, pero una persona (...) puede, sobre argumentos en los que no es competente, o sobre los que no ha razonado bastante, decir estupideces”.

Eco concluye dejando la tarea de analizar la ‘Red de Redes’, a los diarios de papel, a la prensa; lo que -según él- requiere el inicio de “una nueva función”.

Y no es que no debamos cuestionarnos. No; debemos reconocer la incertidumbre y enfrentarnos a ella con prudencia, pues como bien dice Sawhill, “una sociedad se define no solamente por lo que crea, sino también por lo que se niega a destruir”.