Columnas

Esa cultura de cancelar

"Las redes sociales han hecho que el proceso de cancelación sea más violento y habitual, enjuiciando muchas veces bajo conceptos sociales errados, cuando ni siquiera hay motivos para un juicio legal"

En una de las entradas más icónicas de un personaje en un filme (Se7en), Kevin Spacey llega ensangrentado a la estación de policía y grita a Brad Pitt y Morgan Freeman: “detective, me están buscando a mí”. Años más tarde, y después de brillantes actuaciones que generaron un par de Óscares, la carrera de Spacey se destruye por acusaciones de abusos sexuales. Y a pesar de que todos los casos contra él han sido desestimados, el repudio ha podido lo que la justicia no. Kevin, a golpe de clic de ratón, fue cancelado. Su trabajo ya no importará a los abanderados de la justicia social. Lo espinoso del tema (complejo a más no poder) es que, incluso tras su victoria judicial, quizá estuvo bien cancelado. Pero ¿quién define aquello?

Obama, durante un diálogo con jóvenes hace algún tiempo, decía que la idea de que eres un purista sin compromiso y de que eres políticamente “woke” (dicho del estado de alerta a la discriminación racial o social y a lo injusto, junto con estar al tanto de lo que sucede en la comunidad) debería ser descartada pronto; hay ambigüedades. Y, a veces, persiste ese sentido erróneo de que la manera de provocar cambio es siendo todo lo juzgador que se pueda ser, y que eso es suficiente.

La cultura de la cancelación es el ataque a la reputación (o trabajo) de una persona por un grupo de críticos que embisten contra una opinión o acción de aquella, que ellos creen indebida o descalificable. (¿Ven lo etéreo de la frase: grupo de críticos?).

El avergonzar públicamente no es nuevo, la humanidad ha vivido durante milenios decidiendo quién va a la hoguera, quién es latigueado y quién es expulsado del pueblo; pero las redes sociales han hecho que el proceso de cancelación sea más violento y habitual, enjuiciando muchas veces bajo conceptos sociales errados, cuando ni siquiera hay motivos para un juicio legal... y con el internet, no hay cómo dejar la aldea.

Ciertas posibilidades que traen las redes, antes nos daban terror, y hoy nos estamos acostumbrando a ellas. Vamos redefiniendo las normas de justicia social. Y el problema es que estamos convirtiendo a las redes sociales en el foro único. Y muchas veces no analizamos si el oprobio es legítimo, o está condicionado por el entorno y los prejuicios. (’Send Tweet, and let the chips fall where they may’).

Los críticos de esta cultura sostienen que atenta contra la libertad de expresión y cierra los debates, pues si la gente tiene que preocuparse de lo que dice para evitar el repudio de la masa juzgadora, muchas ideas quedarán estériles, porque no se tolerará la controversia. Los activistas, por su parte, la ven como el nuevo poder para cambiar el mundo, y -para bien o para mal- van teniendo algo de razón; pero no es tan fácil. Tenemos que ser más responsables. Es cierto que los movimientos sociales han expuesto violadores, abusadores y ‘bullies’, pero también han arruinado vidas injustamente. Weinstein está bien cancelado, porque el sistema judicial está haciendo lo suyo (¿lo habrá hecho con Kevin?), pero no me digan que es sensata la cancelación de Colin Kaepernick por pararse (o arrodillarse) firme contra la brutalidad policial.

La frase “Twitter, do your thing” puede desencadenar eventos de los que no hay retorno.