No somos tan importantes

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Lo curioso es el nivel hasta el que podemos permitir que influyan en nuestra vida una foto o 280 caracteres (o cuánto juzgamos las de otros con esa vara)’.

La extrema facilidad con la que a través de las redes sociales (RRSS) podemos acceder a ese mundo virtual donde las reglas no siempre son las mismas, cuando no es una bendición, puede ser un infierno salvaje.

Muchos escapan de la realidad para entrar a las fantasías de los demás y para crear la propia: una que busca aceptación, y que, si no la encuentra, suele llevarlos a cuestionarse si no son lo suficientemente graciosos, o si tal foto no es lo suficientemente bonita, o si simplemente a la gente no le importa.

Al ser seres racionales buscamos, incluso inconscientemente, validación de nuestro comportamiento o nuestros actos, y las RRSS son el foro ideal para encontrarlo: abierto, indiscriminado y siempre al alcance. Los comentarios y los ‘likes’ se han convertido en moneda de cambio para levantar la autoestima; pero esa vida virtual termina siendo una hoja que corta por ambos filos, y a veces se vuelve tóxica. El no encontrar esa aprobación permanente de aquella gente a la que le abrimos las puertas de nuestra vida (porque nos sigue en Instagram, Twitter, YouTube, TikTok o Facebook) puede llevar a graves escenarios como la ansiedad o depresión, porque -entre otras cosas- vivimos con un falso sentido de que la vida ‘online’ crea relaciones auténticas. Los jóvenes y adolescentes están tan encerrados en la interacción digital, que han quedado en un plano muy inferior las relaciones cara a cara; lo que suele llevar a no desarrollar habilidades sociales necesarias, cuya falta es a veces el umbral de la soledad y hasta del suicidio.

El potencial del anonimato y la habitual ausencia de consecuencias, nutren la ruindad que mucha gente demuestra en RRSS (lo que finalmente es una cobardía). Y quien abre las puertas de su vida, debería estar preparado para todo, pues no recibe siempre el ‘input’ que busca, y el riesgo de encontrarse de pronto en una tormenta de negatividad estará siempre presente.

El uso de RRSS genera cierto nivel de disociación entre las vidas reales y las virtuales; y, además, un feroz nivel de competencia entre nuestra vida y la existencia ‘online’ de los demás. La comparación (innecesaria) es el verdugo de la alegría, y el origen de inevitables cuestionamientos: ¿por qué no tenemos tantos ‘likes’ o ’shares’ como otras personas?, ¿por qué no puedo volverme viral?

¿Cuál sería la reacción de alguien que vivió hace más de 100 años si pudiera ver el mundo virtual de nuestras generaciones hoy?... ¿Incredulidad? ¿Asombro? ¿Terror? ¿Éxtasis? Es innegable la descomunal utilidad de las RRSS como herramienta... pero el problema, como se dice por allí, es que cuando lo único que tenemos es un martillo, todo toma forma de clavo.

Lo curioso es el nivel hasta el que podemos permitir que influyan en nuestra vida una foto o 280 caracteres (o cuánto juzgamos las de otros con esa vara). Y, al mismo tiempo, cómo creemos ser tan importantes que hacemos mención por Twitter al presidente de la República para que no se pierda nuestro invalorable, brillante y aquilatado criterio.

Se dice que internet es para siempre, que siempre recuerda; es cierto, pero también siempre olvida: basta un clic o un ‘swipe’ y todos nos dejan de lado. No somos tan importantes, por más que el foro de las RRSS y el coro de las sirenas nos digan que sí.