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El negocio de la política

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

La política se ha vuelto una industria con políticos y consultores profesionales que viven de ella y que no representan sectores de la población

La fortuna es cruel con nuestros políticos. Muchos presidentes no han podido terminar sus períodos y los que sí, han tenido que sufrir persecución. En vida todos han alcanzado a ver a sus partidos decaer, romperse o desaparecer, hiriendo el legado de sus ideas. De sus obras, los escándalos y el abandono se encargan rápidamente.

Los asambleístas enfrentan algo peor. Lejos están los días en que de entre la bruma de los escándalos congresiles destellaban grandes políticos: los que nunca llegaron a Carondelet, como Assad Bucaram y Raúl Clemente Huerta; los que salieron del palacio con el respeto del país, como Carlos Julio Arosemena; y los que saldrían catapultados hacia él, como León Febres-Cordero. Ahora se despejó la bruma y la opinión pública solo ve un basural.

Esos son los premios que buscan hoy. ¿Será por patriotismo? Quizá algunos. Y el resto, ¿lo hará para robar? Es la observación más sencilla, pero quedarnos con ella nos distrae de una realidad más complicada. La política se ha vuelto una industria con políticos y consultores profesionales que viven de ella y que no representan sectores de la población, sino que se configuran como una inflada oferta laboral. En otros países ofrecen sus servicios a grupos de interés y segmentos de votantes, acá también a vanidosos con dinero.

Hoy nuestros partidos son negocios, por eso los venden y alquilan, por eso buscan mantenerlos a flote aunque no tengan adherentes, y entran en alianzas y lanzan candidaturas inexplicables. Esa desesperación se debe a que como en todo mercado hay regulación, nuestra ley electoral los obliga a mantener un resultado electoral mínimo o desaparecer. Entonces debemos empoderar a la Función Electoral para que con leyes estrictas dé forma a mejores partidos, aunque eso acarrea un riesgo: demasiadas barreras de entrada pueden crear una nueva partidocracia y cerrar el camino a renovaciones futuras.

También debemos reconocer que la letra de la ley se queda corta, pues esta manda a realizar procesos de democracia interna y ya hemos visto cómo las primarias son una farsa. Donde él falle, es el rol de una ciudadanía activa el hacer vigilia y lanzarse a la acción.