La democracia ante todo

Y por qué no, presionarlo para que demuestre sus convicciones democráticas en el exterior, aunque ofenda a sus camaradas, que prefieren gobernar como tiranuelos.
Muchos no saben cómo sentirse sobre los resultados de los comicios en Brasil, mientras que otros, consumidos por la pasión, lanzan proclamas escatológicas. Para algunos, Latinoamérica se hunde bajo una apocalíptica marea roja. Para otros, este es el comienzo de la segunda venida de sus caudillos, que enterrarán a sus perseguidores y consolidarán su proyecto. Ambas visiones son el producto de las criaturas que habitan las mentes de los que practican la política como un credo fundamentalista y por ende deben ser rechazadas.
El triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, más que una victoria del bien sobre el mal, o viceversa, fue la derrota de una nueva forma de populismo que se expande por el mundo por parte de una coalición de la vieja política. Esa vieja política, llena de fealdades y engaños, pero que siempre será mejor que los impulsos violentos y fantasías conspiranoicas del bolsonarismo, cabeza meridional de la quimera que ha mostrado su cara más al norte como el rostro anaranjado de Donald Trump.
Los hechos de los últimos días lo confirman. Es mejor tener a un Lula que no huyó del país al ser buscado por la justicia y que supo aliarse con viejos rivales que a un Bolsonaro que conspiró con la policía para entorpecer las elecciones y decidió esconderse hasta el martes para no dar más que ambiguas declaraciones que no alcanzan a ser una concesión definitiva. Lula, con todos sus múltiples y grandes defectos, es un demócrata, al menos dentro de sus fronteras. Si el Brasil se equivocó con él, siempre será más fácil reemplazarlo y deshacer sus errores.
Pero no debemos esperar a una crisis política o al siguiente periodo electoral para ir corrigiendo los errores del lulismo. Lula deberá gobernar con un viejo contrincante a su lado y cotejar a las difusas fuerzas en el congreso brasileño, que siempre busca alinearse con el gobierno de turno. El reto de la sociedad brasileña será presionar para que ese espacio sea usado para la búsqueda de consensos y no para la pesca de canonjías. Y por qué no, presionarlo para que demuestre sus convicciones democráticas en el exterior, aunque ofenda a sus camaradas, que prefieren gobernar como tiranuelos.