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César Febres-Cordero | Pensar en el Ecuador

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Ya vamos para los dos siglos y todavía no empezamos a entendernos. A lo mejor no hemos despertado

Para ser escéptico sobre las encuestas ni siquiera hay que esperar a que se equivoquen, cosa que en varias ocasiones hacen a favor de sus clientes. Tan solo basta con considerar lo poco que realmente nos pueden decir incluso cuando no erran. No es que solo sean una mera imagen del momento, una fotografía tomada a la mitad de una carrera larga y sucia. El problema termina siendo que en un país carente de conceptos estables o ampliamente aceptados, las encuestas, aunque acierten, nos terminan diciendo poco o nada.

Y es que las encuestas suelen estar cargadas de preguntas centradas en conceptos que ni los políticos mismos saben definir bien: democracia (palabra que en su uso común no significa más que poder ir a votar o que el gobierno de turno sea popular), corrupción (el criminal de uno es el perseguido del otro), correísmo y anticorreísmo (identidades frecuentemente confundidas con dos bloques de votos duros), etc.

Vale decir que este no es un problema particularmente ecuatoriano, pero, como en tantas cosas, nosotros exhibimos un ejemplo bastante triste. Para el colmo, nos fascina como a nadie eso de caer el engaño de que conocemos mejor el pálpito de la calle que el vecino solo por ser de tal barrio o haber visitado tal recinto. Una buena cura para los medianamente cuerdos y no tan desmemoriados sería preguntarnos: ¿cuántas veces he tenido la razón en mis pronósticos, qué tanto me he arrepentido de mis votos?

Pensar en este país es como querer acordarse de un sueño. Al despertar, sabemos que lo experimentamos, pero usualmente no lo definimos como algo real: por algo se suele decir que el Ecuador solo existe cuando juega la Tri o nos invaden nuestros vecinos del sur. Sin embargo, el Ecuador es un fenómeno político, social y económico muy real, y estamos atados a él como a un balsa que se ahoga (pero que nunca se hunde, como dijo Arosemena Monroy).

Ya vamos para los dos siglos y todavía no empezamos a entendernos. A lo mejor no hemos despertado. A lo mejor somos sonámbulos.