César Febres-Cordero Loyola | El Gran Guayaquil es un mito

Los servicios de transporte que la enlazan no responden a una sola autoridad, sino que obedecen a distintos cantones
El guayaquileño nunca se detuvo por un poco de agua en sus tobillos. Nuestra ciudad es un relleno inmenso, con sus calles pavimentadas sobre esteros y sus edificios erguidos encima de ojos de agua, y todo eso en una zona sísmica. Rellenamos y rellenamos por décadas y cuando nos quedábamos sin espacio, brincábamos estero tras estero hasta llegar a las islas, subíamos los cerros o los saltábamos, y seguíamos creciendo.
Cuando nos cansamos de pasar por los cerros y esteros, aunque ya habíamos llegado a roca firme, decidimos saltar los ríos, para continuar construyendo sobre suelo pantanoso. Pero en esa última acrobacia Guayaquil se nos fue cayendo del bolsillo y del otro lado del río muchos terminamos en Samborondón y Daule.
Guayaquil es ahora una ciudad más disgregada de lo que nunca fue, porque incluso ya siendo bastante desigual, en décadas pasadas sus élites al menos compartían ciertos espacios y la misma jurisdicción que los habitantes de las crecientes barriadas y los viejos barrios. Si en ese entonces no era difícil obviar o corromper a la legítima autoridad para hacer lo que nos diera la regalada gana, ahora simplemente uno se puede ir a buscar al alcalde de al lado para lograr lo que sea.
Aunque la ciudad no ha dejado de ser parte de una gran unidad económica y social, los servicios de transporte que la enlazan no responden a una sola autoridad, sino que obedecen a distintos cantones con niveles de competencia diferentes. Es simplemente una barbaridad que nuestros alcaldes, que por muchos años pertenecieron al mismo partido, nunca se hayan mancomunado para regular el tránsito. Más aún, siendo la construcción de nuevas ciudadelas y centros comerciales una de las principales causas de la congestión vehicular que afecta a toda la conurbación, haría sentido que los permisos de construcción a cierta escala también sean regulados por una sola instancia metropolitana.
Pero mientras la gestión de lo público sea manejada con la timidez y la mezquindad de casi siempre, nunca veremos una transformación de ese tipo. Cada uno se reparte lo que puede, y terminada la faena se retira detrás de sus rejas.