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¿Cuánto vale la vida?

Avatar del Carlos Silva Koppel

Sobre la seguridad y la participación del Estado:

¿Cuánto vale la vida? es el nombre de una muy reciente película que tiene a Michael Keaton como protagonista, a propósito del vigésimo aniversario de los atentados contra las Torres Gemelas. Keaton interpreta a Ken Feinberg, el abogado perito que luchó contra la burocracia y el cinismo de los políticos, para asignar el valor a indemnizar a cada vida perdida aquél 11 de septiembre del 2001.

Para esto se creó un fondo y a través de un cálculo matemático sobre aportación al seguro, pago de impuestos, etc., se daba el valor económico con que el Estado debía indemnizar a cada familia. Pero allí entra el cinismo, la indolencia y la ignominia. Las vidas perdidas no son, ni fueron, solamente estadísticas. Cada vida es una historia y todas son invaluables económicamente, sin embargo, se debe considerar indemnizar dignamente.

Feinberg se encargó de dar ese trato justo a cada familia víctima, por lo cual, se le asignó como responsable para atender los fondos de indemnización de atentados posteriores.

¿Se imaginan que el gobierno de Estados Unidos haya culpado solamente al terrorismo para librarse de la responsabilidad que tienen, tenía, en materia de seguridad para con sus ciudadanos?

Eso puede estar pasando en Ecuador, ¿El Estado se hace cargo de las vidas perdidas día tras días en el país o de toda esa carga responsabiliza únicamente al mal? Mientras los ciudadanos sufren diariamente un atentado tras otro.

No alcanzaría este escrito para nombrar cada vida arrebatada en los últimos meses en manos del crimen, tampoco caeré en la vulgar tradición de googlear estadísticas para escribirlas aquí.

Cada persona merece un trato individual, tal como lo aprendió a hacerlo Feinberg. Cada familia que ha perdido a su ser querido en manos de la delincuencia por ausencia institucional y garantías de seguridad, necesita que el Estado repare su daño a través de una indemnización y debe, por humanismo, tener un acercamiento a nombre personal. Sería lo ideal, porque el único ente responsable de la seguridad es el Estado y ningún otro.

No caigamos en la costumbre sádica de tener al crimen como algo normal para poder valorar luego la vida, tal como lo dice el Marqués de Sade en Justine o los infortunios de la virtud. Es miserable vivir así.