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Carlos Andrés Vera | El ingenuo

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Esa esperanza activa es la que quiero reivindicar: la actitud de quien no se conforma con observar, sino que actúa

Creer en el Ecuador, tener esperanza en el Ecuador, es hoy casi un acto de rebeldía. Y se entiende. Vivimos en un país donde el sistema político es precario, la cultura democrática se reduce cada vez más y la violencia distorsiona cualquier intento de normalidad. Nuestra convivencia se ve afectada por el clima social y político, por las disputas, las creencias y las visiones que nos dividen.

Muchos me llaman ingenuo por tener esperanza. Yo respondo: lo ingenuo es pensar que, si las cosas no se remueven, si no se estremecen, si no cambian, vamos a llegar a un mejor lugar. La esperanza es, a diferencia del optimismo o la ingenuidad, un sistema que vincula pensamiento y acción. Lo describe con profundidad Byung-Chul Han cuando dice que “un presente que no sueña tampoco genera nada nuevo; sin futuro, es imposible apasionarse. La felicidad, la libertad, la sabiduría, la amistad o la solidaridad constituyen horizontes de sentido que dan orientación a la acción. Son hitos de la esperanza activa”.

Esa esperanza activa es la que quiero reivindicar: la actitud de quien no se conforma con observar, sino que actúa. La que se expresa en el pensamiento, en la palabra, en el compromiso con aquello que puede transformar nuestro entorno. Tener esperanza no es cerrar los ojos ante la realidad, sino abrirlos para imaginar un país distinto y comprender que todos cumplimos un rol para hacerlo posible.

Ahí está el vínculo entre estas ideas abstractas y el concepto de ciudadanía. La acción -el cumplimiento del rol ciudadano- es la forma más concreta de esa esperanza. Esto se traduce en participar en el debate público, organizarse, proponer, militar, influir en quienes desde el poder toman decisiones, y también en señalarlos, condenarlos o castigarlos cuando traicionan la confianza ciudadana. El mayor estorbo de cualquier visión autoritaria será siempre una sociedad civil robusta, propositiva y organizada. Ese es el camino de la esperanza.

Por el contrario, militar por la inmovilidad es militar por el estancamiento. Ese es el verdadero rol del ingenuo: ilusionarse con que las cosas mejoren sin moverlas.

Sí, los cambios que discutiremos en los meses por venir conllevan riesgos -es verdad-, como también es verdad que no hay transformación profunda sin ellos. El futuro no está escrito: la pluma la tenemos nosotros.