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Reconquista del idioma

Avatar del Bernardo Tobar

Privarle al idioma de su sofisticación equivale tanto a mutilar un instrumento de conquista del universo para la especie

La especie humana domina solo lo que es capaz de comprender, y esta posibilidad depende, a su vez, de la riqueza del lenguaje en que formula sus conceptos. El límite del pensamiento es, en suma, el de la palabra disponible para expresarlo. Podemos imaginar esa etapa rústica al inicio de los tiempos, cuando el hombre apenas empezaba a barruntar el mundo y le bastaban pocas voces, básicos tiempos verbales, amagos de oraciones, como las de un niño que explora su entorno y aprende a nombrarlo; y somos testigos de cómo la palabra y la dinámica que la entrelaza -la gramática- han ganado en riqueza, complejidad, posibilidades, para acompañar ese incesante proceso humano de exploración y entendimiento del mundo físico, de las abstracciones, de los sentimientos.

A guisa de lenguaje inclusivo, de la mano de la moda igualitaria, que calibra su rasero por el extremo más burdo, o por la pereza a la que induce la comunicación digital con sus íconos, etiquetas, acrónimos y otros atajos expresivos, sufre el Español una arremetida para despojarlo de su carácter y evolución. Algunos abogan por suprimir reglas cuya utilidad cuestionan, como el medio sordo que no discrimina el sonido de los clarinetes abogaría por expulsarlos de una orquesta. Lo mismo pasa con las tildes funcionales, más fácil eliminarlas que entenderlas. O con nombres y pronombres, que se suceden en una cacofonía espantosa con tal de pasar la prueba de lo políticamente correcto. Privarle al idioma de su sofisticación equivale tanto a mutilar un instrumento de conquista del universo para la especie, como de afianzamiento existencial del individuo. Descartes acuñó su célebre ‘Cogito, ergo sum’ en latín, que se ha traducido como “pienso, luego existo”. Y nos pensamos con la palabra, si bien el trance, la inspiración y hasta los puentes imposibles para la lógica nos tiendan la música, la pintura, el arte en general. O el silencio, que es otra forma de arte. Porque además de un recurso cognitivo, cuando logra ritmo, musicalidad, tensión estética, el lenguaje es la más acabada expresión de la impronta personal. De la identidad.

La reciente escaramuza en el seno de la Real Academia Española por devolverle la tilde a este o aquel, es más que una discordia sobre tecnicismos semánticos. Es una de tantas batallas por preservar la cultura y los rasgos que nos distinguen como sociedades y como personas.