Bernardo Tobar: Pobres mascotas

Aunque aprecio a los perros, me alarma la omnipresencia de las mascotas, síntoma de un posible trastorno colectivo
Durante más de cuarenta años hemos tenido siempre al menos dos perros en casa; en algunas épocas, hasta cuatro, compartiendo sillones, y la cifra hubiera aumentado si nos dejábamos llevar por el deseo. Expuestas las credenciales de mi afecto canino, tengo que decir que encuentro alarmante y sintomático de un trastorno colectivo la omnipresencia de las mascotas.
Especialmente en las ciudades europeas -cuyas malas tendencias siempre copiamos-, lo mismo las cosmopolitas que las más rurales y escondidas, ver un niño es una rareza, mientras que son pocos los lugares donde no se ve un perro con su amo, o un amo con su dueño, que a veces no se distingue quién manda en la comparsa.
Imagino que tienen prohibida la entrada a los hospitales para protegerlos de los humanos contaminados y no se les permite ingresar en algunos museos, aunque hay algunos tan disparatados, de esos donde no resulta fuera de contexto encontrar hordas de visitantes sacándole una foto a un zapato deportivo deliberadamente olvidado por un bromista en mitad de una exhibición, que un humano llevado de la traílla por su mascota sería toda una instalación futurista. En defensa del animal hay que recordar, sin embargo, que solo a un turista clásico se le ocurriría, como en efecto sucedió, entrar al Palacio Maffei y terminar rompiendo la Silla de Van Gogh al intentar fotografiarse posando sobre los cientos de cristales Swarovski que la recubrían; al menos los perros no se hacen selfis perdiendo el equilibrio en el intento.
Por lo demás, a correr que todo es pampa, están por todo lado, en tiendas, bares, restaurantes, mercados, en las cabinas de los aviones y son los huéspedes mimados de hoteles y condominios. Esas carantoñas y gracias que antes se prodigaban a los pequeños que se escondían bajo las faldas de mamá hoy se reservan, dado el índice negativo de fecundidad para prolongar la especie humana, a sus sustitutos caninos; que lindura, que si parece la cruza de un pomerania con un galgo, que dónde le han hecho el pelo y las uñas con tanto arte, porque ya abundan peluquerías, escuelas, veterinarias, jugueterías y una larga lista de industrias especializadas en satisfacer el frenético aumento de la demanda alimenticia, estética, lúdica y de cuanta parafernalia adorne la dinámica con los nuevos reyes del escenario, inocentes animalitos sobre los cuales proyectan los dueños su solitaria existencia.