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Bernardo Tobar | Cultura del palo ensebado

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Aunque en el deporte la acumulación de triunfos es bien recibida, se trata más bien de una anomalía

El fútbol, como ningún otro fenómeno social, expone la conducta humana en todo su abanico. Es una vitrina del comportamiento, flemáticas reacciones de un entrenador europeo en contraste con la excitación al borde del infarto con que algunos latinos protestan por una injusticia o celebran un resultado. Y violencia en la tribuna.

No puedo pensar en otra actividad que mude tanto a las personas en los niños que llevan dentro, que alguna vez fueron. El festejo de un gol, gritos, algarabía, lágrimas, saltos y abrazos, ocasionalmente pataleta en horizontal, no son usuales al salir airoso de lances existenciales. Pero el fútbol no es solo una fiesta de pasiones; es visión, estrategia, plan, método, trabajo incansable; talento humano, liderazgo y capacidad de ejecución; recursos. Y el más importante de todos estos elementos es el deseo ferviente de ganar, la ambición de triunfo, el hambre de gol, la confianza en lograrlo, la actitud mental que libera los mejores recursos que hay en cada miembro del equipo, dentro y fuera de la cancha. Es una escuela de vida.

Julio Jaramillo cantaba “solo le pido a la vida cinco centavitos de felicidad”, tan popular a pesar de ser un verdadero himno al fracaso, o quizás precisamente por serlo, canto a la resignación, a conformarse con poco. Abundan en la banda sonora de la película nacional letras similares, porque siempre es más verde el jardín del vecino, unos nacen con estrella y otros, estrellados, la pobreza es fruto de la injusticia social o de la acumulación de los ricos y toda esa monserga destinada a justificarse sin asumir las propias responsabilidades ni atreverse a lo grande.

El éxito no gusta en la idiosincrasia latina. Aunque en el deporte la acumulación de triunfos es bien recibida, se trata más bien de una anomalía dentro de un sistema de creencias que se siente cómodo bajo la rasante de la medianía y mira con sospecha al individuo que destaca. Es la cultura del palo ensebado, que se ufana con los derechos colectivos, que le suena bien el igualitarismo, que habla bajito y en diminutivo, que ve mal, con palmaria hipocresía, el afán de lucro, cuando la ganancia es a la vida lo que los goles al fútbol. El deporte, por la actitud que propicia, es la mejor veta para combatir la mediocridad que incuba el inconsciente colectivo, pues las naciones, como las personas, se convierten en lo que piensan de sí mismas.