Bernardo Tobar Carrión | Los ayatolás de Occidente

Occidente presencia indolente la normalización de nuevas formas de control oficial
Que censores reales en época de Luis XV prohibieran obras emblemáticas de la Ilustración halladas disociadoras; que Hitler calificara de arte degenerado al modernismo abstracto, la literatura judía y todo cuanto se apartara del ideal estético ario; que García Lorca fuera perseguido por sus ideas liberales y sus obras proscritas durante el Franquismo, que volvió ilegales expresiones que afeaban u ofendían su rígido código conservador, nos parecen hoy ejemplos de barbarie, intromisiones inaceptables del poder en el último reducto de la libertad, la de conciencia, de expresión, de preferencias estéticas y culturales.
Sin embargo, Occidente presencia indolente la normalización de nuevas formas de control oficial con argumentos de similar factura a los que usaron los caudillos absolutistas a lo largo de la historia. Si con Franco una mujer podía haber sido encausada por llevar minifalda un domingo en misa, en la actualidad podría serlo bajo cargos de instigación a la violencia si se pasea ligera de ropas en una calle londinense frecuentada por musulmanes. Un regulador británico ha obligado a Zara a descontinuar el uso de modelos “con delgadez poco saludable”, acusando tal publicidad -en este y varios casos similares- de socialmente irresponsable por promover un “estándar de belleza perjudicial”, aunque nada ha dicho, curiosamente, de mujeres con marcado sobrepeso luciendo braguitas de Victoria’s Secret, apenas visibles bajo los contornos rollizos, lo cual debe parecerle al burócrata de muy buen gusto. En otro caso la autoridad europea ha censurado la promoción de una pomada hidratante por una modelo negra, por afianzar un estereotipo racial negativo. ¿Las negras no tienen derecho al escozor?
La intervención estatal no se detiene en los estándares estéticos o los estereotipos raciales e impone su vara inquisitorial sobre manifestaciones religiosas, políticas o de cualquier índole si le parecen ofensivas, que para eso inventaron el absurdo delito de odio, abrazado por los meapilas de toda latitud. En toda sociedad y época existen corrientes estéticas y culturales configuradas por una dinámica espontánea en la que cada uno debería ser soberano, tanto en el amor como en el rechazo. Pero no, el Estado planificador no puede resistir la tentación de usurparle al ser humano hasta la medida del estándar en la estética y la expresión políticamente correcta.