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Bernardo Tobar Carrión | Gracias, María Corina

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Entender, desde la más profunda fibra existencial, que nada importa y nada vale más que la libertad de cada ser humano

Escribo estas líneas mientras miro en una pantalla la primera aparición pública de María Corina Machado en Oslo. Ha salido al balcón de un hotel a saludar al público que se ha congregado a esperarla, a celebrar su salida furtiva de Venezuela y su llegada célebre a recibir el Nobel. Medio mundo ha estado pendiente de este momento cargado de simbolismo; y otros han temido que llegara este día, cuando el tirano y sus cómplices progres empiezan a rendir cuentas ante el tribunal de la historia. Ya les llegará la hora ante las cortes penales, porque la vida da las vueltas, especialmente para los miserables. Ella no ha dicho nada todavía, apenas puede contener la emoción, cuando empieza a formarse en la garganta colectiva una voz, un clamor, un grito que se repite una y otra vez, libertad, libertad, libertad…

Libertad. Hace décadas que un político o un paisano cualquiera, lo mismo da, no había logrado devolverle contenido a este concepto tan manido y desgastado, malbaratado por la alusión impostada de los demócratas de ocasión, denigrado por el estado de bienestar, despreciado por los materialismos, proscrito por los socialismos. Libertad a secas, sin vivas ni carajos, sin guarniciones, sin preámbulos ni justificaciones.

Ante María Corina, la que le plantó cara a Chávez y Maduro -incondicionales de Castro y herederos de la peor mafia que ha tenido el hemisferio-, la que sacrificó su seguridad, la unidad de su familia e hizo del combate a la tiranía su propósito vital, la que recordó que las batallas más nobles no se ganan desde los libros, desde la cátedra o desde las trincheras digitales sino en la arena de los sudores, de la sangre, donde la desaparición, la muerte o la tortura pasan a ser un riesgo del oficio, ante esa María Corina la gente no pide justicia social, ni empleo, vivienda, seguridad o educación, no pide salud, ni siquiera dignidad. Ante esa heroína y sus ejecutorias no es necesario haber leído a Ayn Rand, Hayek o a Tocqueville para entender, desde la más profunda fibra existencial, que nada importa y nada vale más que la libertad de cada ser humano, atributo divino. Y que no hay mayor amenaza para esa libertad personal que un gobierno, pues la usurpa a golpe de leyes, escondiéndose tras un supuesto bien común. Lo hace cuando callamos, cuando desaparecen la expresión sin censura y los contrapesos del poder.

Libertad, libertad, libertad…