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Bernardo Tobar Carrión | Círculo vicioso

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Es hora de poner punto final al romanticismo suicida con que se ha contemporizado el liderazgo del movimiento indígena

Es lamentable que se pierda una vida en cualquier circunstancia y la Fiscalía debe realizar una investigación a fondo para que se establezcan los hechos y los responsables de la muerte de Efraín Fueres durante las protestas de Cotacachi. Pero no es la única investigación que hace falta, pues los líderes del paro actúan al margen de la ley y han puesto en marcha una movilización violenta, concertada, delincuencial. Tienen una responsabilidad ineludible por las vidas que ponen en riesgo en un contexto de guerra no declarada contra una nación de la que reniegan.

Ya es hora de ponerle punto final a ese romanticismo suicida con que se ha contemporizado el liderazgo del movimiento indígena, que desde hace tiempo perdió su norte identitario, cultural, y se convirtió en el caballo de Troya desde cuyo vientre tiran la piedra y esconden la mano mariateguistas, guevaristas, infiltrados cubanos, matones chavistas, milicianos disfrazados de comuneros, todos metidos en el mismo ajo con quienes abrieron el país al narcotráfico, volviéndolo paraíso de los carteles, del lavado de dinero, de la minería ilegal, del contrabando de combustible, grandes beneficiarios del subsidio al diésel.

Ya lo vimos en los paros de 2019 y 2022, cuyo ‘modus operandi’ hoy replican: amenazan a las autoridades, intimidan a los civiles, bloquean vías, destruyen infraestructura, incendian vehículos, apedrean al prójimo, secuestran y agreden a militares y policías, entre otros delitos orientados al mismo fin desestabilizador, que merece la respuesta más contundente y firme de las instituciones del Estado obligadas a hacer cumplir la ley y asegurar el mantenimiento del orden público. A diferencia de Lasso y Moreno, que tuvieron que capitular ante el mismo escenario entre el martillo de la Conaie y el yunque de la Asamblea, Noboa controla esta y goza de un mandato ciudadano inédito: combatir a las mafias, recuperar la seguridad pública y preservar el frágil orden institucional con la mano más firme que permita el sistema.

El Ecuador no está frente a una resistencia o protesta social; enfrenta el desafío arrogante de una minoría que jamás ha logrado vencer democráticamente y una vez más pretende imponer sus intereses y la de sus oscuros auspiciantes sembrando el terror, envalentonados porque ya les ha funcionado. Solo la sanción más severa que permita la ley romperá este círculo vicioso de impunidad.