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Beatriz Bencomo | Silencio… aquí no

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Las esferas públicas -digitales y políticas- continúan desgastándose

Un artículo en The New Yorker documenta un fenómeno curioso: gente que deja de publicar en redes. Sin anuncios, sin drama. El autor lo llama “zero posts” -ese momento en que te das cuenta de que tu vida real no vale la pena convertirla en contenido-.

No es solo cansancio. Es la conciencia de que todo lo que compartes será medido, procesado, convertido en dato para alimentar algoritmos que hacen exactamente lo que dices que odias.

El referéndum del domingo antepasado expuso que un fenómeno similar está ocurriendo en política. Quedó documentado como “voto vergonzante”: gente que evitó expresar abiertamente su inclinación durante la campaña pero apareció con claridad en las urnas. La brecha entre encuestas y resultado vino de la insuficiencia de las herramientas para medir el retiro estratégico de la escena pública.

Mientras gobierno, oposición y medios leían al país a través de ‘trending topics’, algo se articulaba en espacios invisibles: en pasillos sin registro. ¿Por qué ahí? Porque mucha gente ya sabe cómo funcionan las tácticas de manipulación -distracción, tono infantilizante, apelación emocional-, pero saber no produce inmunidad. Produce agotamiento. Y porque la polarización convirtió cualquier declaración abierta en riesgo. El silencio entonces no es cobardía, es supervivencia lúcida.

Hay dos colapsos simultáneos. Lo digital dejó de ser espacio de diálogo para volverse performance perpetua. Lo político dejó de ser deliberación para volverse maquinaria donde participar significa exponerte a la captura de tu atención. Cuando experimentas ambos, la conversación auténtica migra a donde no puede ser capturada.

Lo que está pasando en esos espacios invisibles no es conspiración. Es gente recuperando lugares donde hablar no significa actuar para una audiencia que lincha a cualquiera. El retiro requiere redes de confianza, lugares donde intercambiar sin ser procesado. Y la búsqueda de esos espacios personales ya hace mucho que está en marcha.

Las esferas públicas -digitales y políticas- continúan desgastándose. Mientras tanto, la vida cotidiana ya está encontrando sus propios carriles y dejando a la política hablando sola en pantallas donde la atención ya no significa nada.