Beatriz Bencomo | Obstinación pura

No es solo un problema político: es una crisis ética y antropológica
Hay una palabra que resuena en los pasillos del tiempo con la tenacidad de quien se niega a desaparecer: comunidad. Como esas semillas que germinan en las grietas del asfalto, la comunidad brota donde menos la esperamos, desafiando diagnósticos sobre un presente fragmentado.
He sido testigo de algo que los filósofos contemporáneos quizá no logran medir en sus gráficos: el milagro de los vínculos cuando el mundo se deshilacha. Frente a ello, Victoria Camps, una de las filósofas españolas más influyentes, describe en La sociedad de la desconfianza el fenómeno: la desconfianza es como “una forma de respirar. Un gesto aprendido, casi involuntario”. Su pregunta fundamental resuena: “¿qué pasa cuando dejamos de creer en lo común?” Bauman y Han advierten matices de esta crisis. Todos tienen razón.
Este sábado acompañé a grandes y chicos en un concurso de equitación nacido de la obstinación pura. Una cuarentena equina canceló todos los eventos, pero el club inventó su propia realidad. Ese mismo día, la Fundación Niños con futuro convocó su tribu por la educación: desde 1996, de 36 a más de 425 estudiantes, una aritmética del cuidado que contagia. Y también ese sábado, la comunidad caminó por el Alzheimer porque la memoria es un bien común: cuando alguien se olvida de sí mismo, todos somos más frágiles.
Al fondo de tantas teorías sobre la desconfianza queda un mismo pulso: la fragilidad de lo humano.
No es solo un problema político: es una crisis ética y antropológica.
Y la propuesta es clara: reconstruir un ‘ethos’ compartido que nos devuelva la confianza básica en el otro y en las instituciones.
Es idealista, lo admito. Pero cuando se materializa en concursos improvisados y carreras solidarias, el idealismo deja de ser quimera para convertirse en la más subversiva de las prácticas. Fórmulas que al renovarse viven, y al estancarse caducan.
Esta es mi hipótesis: somos criaturas que solo existimos plenamente en relación. Cada vez que elegimos la comunidad, escribimos un capítulo secreto de confianza. Para que eso ocurra, tenemos que arriesgarnos y participar.
El corazón, después de todo, siempre ha sabido que su compás natural es plural.