Beatriz Bencomo | Gente rara

Cuando hablo de gente rara, apunto a quienes entienden el país desde adentro, sin el privilegio de teorizarlo
Hay una oveja negra y una rosa destacando en un mar de blancas. “Quizá me gustan por su rareza”, dice el texto viral, “o porque en ella descubro la mía”.
Pero, ¿quién es realmente la gente rara en el Ecuador de hoy?
Carlos, transportista en Sangolquí, decide cada día entre parar por el diésel o trabajar para comer. No encaja en las etiquetas: ni ‘pueblo organizado’ ni ‘emprendedor resiliente’. Su rareza es práctica: depende del subsidio pero desconfía de quienes lo respaldan.
María trabaja en el Ministerio de Salud en Ambato. Conoce el sistema desde adentro y sabe qué reformas son posibles. Su rareza es burocrática: entiende límites y oportunidades del Estado, y desde allí teje alianzas para que lo posible funcione.
Andrés, 19 años, de Bastión Popular, estudia sistemas de noche. Desconfía de las multitudes, pero tampoco se refugia en la apatía. Gestiona el conflicto con tecnología: crea apps, mapea rutas seguras y arma redes locales. Su rareza es generacional: hace política sin partidos.
Esta gente rara representa a una masa silenciosa, porque no produce contenido viral ni movilizaciones espectaculares. Son quienes realmente viven las contradicciones del país, pero su complejidad no cabe en los relatos polarizados que dominan el debate público.
No coleccionan momentos poéticos ni pueden hacer de la autenticidad un proyecto personal. La suya es brutal: la de quien no puede permitirse mentiras porque las mentiras no pagan el arriendo.
Cuando hablo de gente rara, apunto a quienes entienden el país desde adentro, sin el privilegio de teorizarlo ni de observarlo desde lejos. Su voz no se oye porque están ocupados viviendo lo que otros discutimos.
Lo extraordinario de estos ciudadanos no es que sean diferentes, sino que encuentran maneras de funcionar en un sistema colapsado sin embargarse en la violencia, la deserción, la indiferencia. Su rareza es adaptativa: mantienen proyectos de vida lúcida en medio del caos.
En esta gente rara apuesto al futuro, si logran salvarse de los fundamentalismos. Son las verdaderas joyas en este rebaño. No por ser especiales, sino por ser normales en un mundo que comienza a normalizar lo absurdo.