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Arturo Moscoso Moreno | Una constitución sin proyecto

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Lo que el país necesita no es otro preámbulo poético ni un cambio en el número de artículos

Bueno, el Gobierno parece haber salido triunfante luego de la paralización más larga que hemos visto en años. Las pérdidas, económicas y sociales son enormes, pero en todo caso el país recuperó la calma y el Gobierno, el control del relato y hasta la sonrisa en sus voceros. Y como suele ocurrir en política, cuando alguien cree que va ganando, se entusiasma con la idea de perpetuar el momento. ¿La vía será una nueva Constitución?

El problema es que no sabemos de qué trata este nuevo proyecto. Nadie nos ha mostrado un borrador, un esquema o siquiera una servilleta con ideas. Se dice que una nueva Constitución es necesaria, pero no qué país se quiere construir con ella. Por lo pronto no hay ideas, solo propaganda.

Tras el paro, lo más probable es que el “Sí” gane —ojo, hablo de probabilidades, no de certezas—. No por convicción, sino por inercia, por esa sensación de orden después del caos. Pero una Constituyente sin norte conlleva un riesgo alto. Si no se sabe para qué se va, cualquier resultado puede servir. ¿Otra vez será más poder y menos institucionalidad?

Y es que lo que el país necesita no es otro preámbulo poético ni un cambio en el número de artículos, sino —entre otras cosas— un rediseño serio del sistema político. Un equilibrio real de poderes y una reforma que empiece por mejorar la calidad de la política, los políticos y los partidos. Porque sin eso, todo lo demás es maquillaje.

Y ahí se esconde el mayor peligro: que la Asamblea Constituyente termine poblada por los mismos beneficiarios del sistema que dice querer reformar. Difícil esperar que quienes viven de la distorsión la corrijan. Peor aún cuando se escuchan discursos antiderechos que suenan tentadores para una sociedad cansada de la violencia y el miedo.

Así que sí, con una constitución sin proyecto detrás, parece que vamos rumbo a otra refundación sin brújula. Otro intento de reinventar el país desde cero, como si el problema fuera el texto y no quienes lo usan. Una más en nuestra larga lista de ilusiones constitucionales que prometen cambiarlo todo para que nada cambie.