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Andrés Isch: Mi hija

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Estoy seguro de que la mayoría de los padres podrán reflejarse así en los suyos

Ecuador es un lugar en el que la política transciende a cada espacio de la vida. Tenemos una tóxica relación con las decisiones de las autoridades, pues un país que históricamente tiene débil institucionalidad y casi nula seguridad jurídica es mucho más susceptible a los cambios de timón. Somos como un barco pequeño con una gran vela desplegada en medio de la tormenta, siempre en riesgo de que una ola nos arrase.

Esto hace que nuestro estado de ánimo suela estar afectado por las condiciones nacionales, mucho más de lo que sería sano para cualquier persona. A veces es difícil encontrar un cable a tierra dentro de esta vorágine de angustia y malas noticias, pero a la vez es imprescindible asirse de uno para no bajar los brazos.

En mi caso, ese cable es mi hija. Desde pequeña, ha encontrado maneras de desafiar mi mente y mi espíritu de tal manera que me hace imposible desconectarme de lo que realmente importa. Es capaz de elevarme con preguntas simples pero profundas que me obligan a reflexionar más allá de lo coyuntural, para después traerme de regreso con un dulce gesto de cariño. Tiene una risa estridente y contagiosa como pocas, pero también es capaz de hacerse escuchar en el más absoluto silencio con la honestidad de una mirada.

Ella me exige ser mejor persona y nunca tiene miedo para identificar acciones que se desalineen de los valores que se predican. Me exige y me obliga, porque es de una persistencia asombrosa cuando se trata de cumplir con la palabra dada, a encontrar caminos de sanación cuando las tensiones del día a día llegan a afectar a otro, o a simplemente tomar un momento para apreciar la belleza de las palabras, de la naturaleza o de la relación con quienes nos rodean. Ese corazón enorme y libre es mi motor de vida y mi razón principal para que me siga importando el futuro del país.

Estoy seguro de que la mayoría de los padres podrán reflejarse así en los suyos. Quizás es un sentimiento común desde el cual podemos partir para llegar a acuerdos mínimos para dejarles algo mejor de lo que tenemos ahora. Quizás, al menos podamos ponernos de acuerdo en alejarnos de aquellas conductas que no fuéramos capaces de explicarlas mirando a los ojos a nuestros hijos.