Una lección imperecedera

El 25 de diciembre el mundo cristiano celebrará el nacimiento de un niño que hace dos milenios y veintiún años vino al mundo a cambiar la historia. A partir de aquella noche en el polvoriento y remoto Belén, el perdón por los agravios no sería síntoma de debilidad sino de fortaleza, no de cobardía sino de amor. Y los acontecimientos originados por el tránsito del hombre sobre la Tierra tendrían como punto de referencia aquel momento en que lo divino y lo terreno, lo eterno y lo temporal se fundieron en el llanto del hijo de José y María. Aquel niño nos dio con su nacimiento, prédica, calvario y muerte, la opción de hacer de cada fecha un día de salvación o de condena. Su Padre Celestial pudo haber hecho que naciera en una familia acaudalada, en un suntuoso palacio o en un centro de poder o riquezas. Sin embargo, nació en un pueblucho miserable, en una familia humilde, donde se ganaba el pan con sudor y trabajo, hijo de un pueblo perseguido y esclavizado. Su nacimiento, vida y muerte fueron parte del plan divino con el cual Dios quiso impartir una lección imperecedera. Para aquellos dispuestos a aprenderla y aplicarla, esa lección nos muestra el camino de la felicidad en la Tierra y la salvación eterna.

Alfredo Cepero