Cartas de lectores | Dejemos de quemar libros
Desde hace décadas el sistema educativo ha olvidado la riqueza intelectual de la literatura y el pensamiento.
Hemingway, Einstein, Mann, Wild, Joyce, Freud, Roth, Kafka o Huxley son algunos de los intelectuales cuyos libros fueron quemados la noche del 10 de mayo de 1933. Más de 20 mil libros fueron llevados a la hoguera en Berlín y en otras 100 ciudades de Alemania por orden del gobierno nazi. En un acto cruel, el escritor Erich Kästner fue obligado a presenciar la quema de sus propias obras. Según su testimonio, unas 40 mil personas asistieron al evento, precedido por proclamas del ministro de propaganda Joseph Goebbels, quien justificó la quema.
El acto reflejó el objetivo del régimen nazi: controlar la hegemonía cultural alemana. Las listas negras incluían autores judíos, comunistas, pacifistas, científicos progresistas, críticos del régimen y escritores extranjeros. Comprendían que al destruir la cultura era más fácil manipular a la población. Hoy, en la Bebelplatz de Berlín, un cuadrado de cristal en el suelo permite ver una habitación subterránea con estanterías vacías, capaces de albergar los 20 mil libros quemados esa noche. Al lado, una placa conmemorativa cita al poeta Heinrich Heine: “Eso solo fue un preludio. Ahí donde se queman libros se terminan quemando también personas”.
Aunque parezca exagerado, algo similar sucede hoy en nuestro país. No hay hogueras ni proclamas, pero desde hace décadas el sistema educativo ha olvidado la riqueza intelectual de la literatura y el pensamiento. Se ha priorizado la formación profesional sobre la humana, dejando de lado el papel esencial de la cultura en el desarrollo de las personas. Ray Bradbury, autor de Fahrenheit 451, lo expresó claramente: “No tienes que necesariamente quemar libros para destruir una cultura, solo tienes que hacer que las personas dejen de leerlos”. Y eso es lo que ocurre: hemos subestimado el poder de los libros para formar seres humanos y estamos perdiendo nuestra cultura, con un aumento visible de la violencia.
En 1975, José Antonio Abreu fundó en Venezuela el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles, que llevó música clásica a zonas desfavorecidas como herramienta de reinserción social. Decía: “Si un niño tiene un violín en sus manos, jamás tendrá un arma”. No solo la música tiene ese poder: una educación que confronte a los alumnos con las grandes preguntas humanas y despierte en ellos admiración por el ser humano también transforma. Podríamos decir: “Si un niño tiene en sus manos un libro de Shakespeare o el Quijote, jamás tomará un arma”.
Alberto N. Adum