Cartas de lectores | ¿La Corte Constitucional es realmente constitucional?

La pregunta que queda es tan dura como necesaria: ¿la Corte Constitucional es realmente constitucional?

El nombre de este artículo parece un juego de palabras, una pregunta absurda cuya respuesta parece obvia: claro que la Corte Constitucional es constitucional, si no, ¿qué sería, un club de té?

Nadie discute su existencia legal ni la necesidad de tenerla. La verdadera duda es: ¿es constitucional en el sentir de la gente?, ¿representa a la ciudadanía o solo a las élites que la nombran?, ¿refleja justicia o apenas intereses de turno?

Seamos sinceros: al ciudadano común no le preocupa la hermenéutica jurídica; eso interesa a los cultores del derecho. Lo que sí nos inquieta es que no nos roben el sueldo antes de llegar a casa o que el hospital no nos mande a comprar medicinas.

En medio de esos problemas cotidianos, aparece la Corte dictando sentencias que parecen más políticas que justas. El ciudadano escucha: “La Corte ha declarado inconstitucional tal norma” o “ha blindado tal decisión presidencial” y se pregunta: ¿y yo qué gano con eso?

Cuando se vota una ley que puede bajar el precio de una medicina o facilitar empleo, la Corte interviene con su traje académico y citas en latín, para decidir su validez. Pero esa validez, vital para la política, es irrelevante si no cambia el día a día del ciudadano. Así se pierde el espíritu de la ley, que debe beneficiar a las mayorías, usualmente las más vulnerables.

La Corte debería ser la guardiana de las reglas del juego, evitando abusos de poder. Suena bien, pero la realidad es otra: ¿de qué sirve una Corte impecablemente constitucional si no se percibe como justa?

El ciudadano no necesita tratados de derecho comparado, necesita saber que sus derechos no dependen de conveniencias políticas. Si la Corte falla en brindar esa confianza, entonces, aunque sea constitucional en lo formal, deja de serlo en lo real, en lo que afecta a la gente.

La ironía es que, mientras más grande es la distancia entre sus fallos y la comprensión del pueblo, más se erosiona su legitimidad.

La Corte debe ganarse su nombre no porque lo diga la Constitución, sino porque la gente así lo perciba. La legitimidad no solo se escribe en papel, se siente en la calle, en la credibilidad de sus fallos, en su coherencia y responsabilidad como parte del colectivo.

La pregunta que queda es tan dura como necesaria: ¿la Corte Constitucional es realmente constitucional?

Francesco Aycart C.