Cartas de lectores | Guayaquil, ciudad incomprendida por sus autoridades

Guayaquil exige soluciones reales, no promesas; el civismo no debe ceder ante la división política ni el abandono

En primer lugar, recordemos que la ciudad está por encima de cualquier otro interés y por ello toda posición alcanzada en desmedro de valores esenciales para su existencia no puede considerarse una auténtica victoria, sino una afrenta incluso para los supuestos y siempre precarios ‘beneficiados’.

El pasado 25 de julio, Guayaquil celebró 490 años de fundación con su habitual ímpetu. Durante muchos años esta fecha tuvo un carácter de especial regocijo para los guayaquileños. Los eventos, la música, la alegría y los desfiles creaban un ambiente propicio para que la ciudadanía disfrutara con civismo y orgullo, junto con sus mandatarios, que con afecto visitaban la ciudad e inauguraban obras junto al alcalde, en beneficio de la comunidad. 

Pero hoy el contraste se ha vuelto reiterativo, notorio y penoso. Se ha establecido una separación entre la celebración del gobierno nacional, a la que asisten el presidente y autoridades, y la organizada por la alcaldía. Esto debe llevarnos a reflexionar sobre la necesidad urgente de que el odio desaparezca de la vida política, aunque la realidad demuestra lo contrario. 

En todos los actos importantes se percibió la ausencia de una relación cordial entre gobierno y alcaldía. Y es que todo el pueblo ecuatoriano -en particular el guayaquileño- se siente víctima de la errada conducción del país, tanto desde el Gobierno como desde la administración municipal. Más allá de que nuestras fiestas hayan perdido el colorido, la alegría y el sano esparcimiento de otros tiempos, los guayaquileños tenemos el legítimo derecho a esperar rectificaciones de las autoridades nacionales y locales. Guayaquil atraviesa una situación extremadamente crítica en temas como inseguridad, narcotráfico, crimen organizado, desempleo, salud, educación, entre otros, y exige soluciones inmediatas y profundas. Ya no soporta una sola oferta más; quiere ser atendida, no como un favor que deba retribuirse con votos, sino como un acto de estricta justicia. Es momento de despertar conciencias adormecidas, tanto propias como ajenas, para que esta ciudad preterida reciba la atención que merece.

Mario Vargas Ochoa