Cartas de lectores: El ikigai puede descubrirse a cualquier edad
Si algo tengo claro es que nunca es tarde para unir las piezas de la vida
Cuando cumplí 60 años podía decir que había hecho ‘lo que tocaba’, pero me sorprendí preguntándome si realmente vivía la vida que quería o simplemente la que se esperaba de mí. No fue una crisis, sino una claridad suave: ese deseo de hacer algo que me guste tanto que lo haría incluso sin que me pagaran (bueno, tal vez no siempre).
Mirando atrás, descubrí que mi historia estaba llena de pistas que nunca interpreté. Estudié imagen personal, maquillaje, cosmetología, diseño de moda, etiqueta y protocolo, organización profesional de espacios. También tomé cursos de decoración, restauración de muebles y, ahora, con ilusión renovada, estoy terminando una certificación en ‘home staging’. Paralelamente, para sostener estos sueños, cursé redes sociales, ventas, negocios digitales, oratoria, canto, mentalidad y cuidado personal. Cada etapa había añadido un pedacito a un rompecabezas que recién empezaba a armar.
Entonces apareció el concepto japonés del ikigai: la intersección entre lo que amas, lo que sabes hacer, lo que el mundo necesita y por lo que puedes recibir compensación. Más que un concepto, fue un espejo. Me obligó a ordenar todo lo que había aprendido, no como piezas dispersas, sino como partes de una identidad creativa y enfocada en embellecer espacios y vidas.
Comprendí que todas esas formaciones, que muchos podrían ver como ‘hobbies’, eran expresiones de un mismo impulso: transformar lugares, armonizar ambientes, dar calidez, crear bienestar. Ese había sido siempre mi lenguaje, aunque yo no lo reconociera. La revelación no fue un instante mágico, sino la suma de decisiones pequeñas: estudiar algo nuevo, inscribirme en un taller más, seguir aprendiendo sin saber a dónde me llevaría. Hoy estoy encontrando mi ikigai, no como un destino, sino como un camino que se aclara cada día. Me siento más conectada, más viva, más dispuesta a ofrecer al mundo lo que me sale desde dentro.
Escribo esto porque sé que no soy la única que, después de cierta edad, siente que aún tiene mucho por descubrir. Creemos que el propósito es un lujo de juventud, pero puede aparecer a los 20, 40, 60 o más, cuando nos damos permiso de escucharnos. Si algo tengo claro es que nunca es tarde para unir las piezas de la vida y descubrir que, sin darnos cuenta, ya llevábamos años caminando hacia aquello que nos hace felices.
Teresita Sandoval