Un año trabajando en pijama
Adecué mi cuarto para que también tenga un espacio para trabajar.cortesía

Un año de pandemia, un año trabajando en pijama

Hoy, 16 de marzo, se cumple un año desde que se declaró el estado de excepción en Ecuador por la covid-19 y el punto de partida de una nueva forma de vivir y ver la vida

Si alguien nos hubiese dicho a inicios del 2020 que en los próximos meses íbamos a pasar por un total encierro y que salir a comprar el pan y la leche sería una gran hazaña, como en una escena cinematográfica, seguramente jamás lo hubiésemos creído. Recuerdo con claridad como muchos decíamos “¡esté será nuestro año, viajaremos y cumpliremos todas nuestras metas!”. Ahora me río de esa ilusión apagada, porque desde que inició la pandemia nada de lo que planeé se llevó a cabo y mis planes a mediano plazo tomaron otro rumbo. Sin embargo, aquello me ha traído lindas enseñanzas.

Entre el teletrabajo y mi cuarto-oficina

A mis 24 años, fui una de las primeras personas (al ser parte de los grupos vulnerables por tener una enfermedad autoinmune), que se tuvo que acoger al teletrabajo. Me despedí de mis compañeros y mis amigos sin saber por cuánto tiempo duraría ese adiós. “¿Por qué se va ella si es joven?”, “Yo la veo bien, aún puede trabajar en la oficina”, y “el coronavirus no es nada grave”, fueron algunas de las frases que escuché en los pasillos .

Y es que era normal que tuvieran ese inconformismo, hasta yo en ocasiones me cuestioné: “¿Realmente es necesario acogerme al teletrabajo?”. Pero sí, luego de varios días, todos poco a poco también debieron obligatoriamente ir a sus casas; y el Ministerio de Trabajo en Ecuador da a conocer que, hasta el momento, cerca de 450 mil trabajadores continúan teniendo sus comedores, salas, cocinas, cuartos y hasta patios como sus nuevas oficinas.

En mi caso, mi habitación, de doce metros cuadrados, en la parte derecha del segundo piso de mi casa, se transformó en el espacio para hacer absolutamente todo. Amanecía y anochecía allí. Solo salía para comer. Fue así que me relajé y olvidé las etiquetas de vestimentas para la oficina y simplemente empecé a trabajar en pijama. Mi habitación, donde antes permanecía solo de 8 a 9 horas al día, se había convertido en mi refugio 'eterno'.

Ya no veía los rostros de mis compañeros ocupados, fijos en sus computadoras. Ahora observaba las paredes color blanco y gris, de donde cuelgan algunas fotos familiares. Ya no había bullicio de las conversaciones o el ruido de los carros. Lo único que escuchaba era a las mascotas de los vecinos ladrando, a los niños de la casa de al lado jugando ‘Free fire’ y el televisor de mi mamá mientras veía las noticias.

Como al inicio no tenía un espacio para trabajar ya previsto, mi cama era mi escritorio en el que junto a las almohadas (y en ocasiones, la ropa recién lavada aún sin guardar), estaban mis laptops, mis cuadernos y todo lo necesario para el trabajo. Pero al poco tiempo vinieron los estragos de pasar varias horas sentada en una mala posición y los dolores de espalda no se hicieron esperar. Por eso, ya a mediados de la cuarentena decidí acondicionar mi cuarto y comprar un escritorio que, hasta ahora, se ha convertido en mi 'pequeño cyber personal'.

Un año en pijama
El antes y después de mi espacio de trabajo.cortesía

Es cierto que estar en mi habitación y cumplir con las metas laborales desde la comodidad de mi cuarto tiene sus ventajas: ahorrar en movilización, comida, maquillaje y hasta en ropa. ¡Trabajaba todos los días con mis pijamas o blusas viejitas para andar en casa! Pero el temor al contagio del coronavirus y la incertidumbre de si mi nombre estaría en la plantilla del recorte de personal de la empresa, que como muchas compañías pasaba por una crisis financiera, hizo que mis días también estén acompañados de insomnio, ansiedad, estrés, nerviosismo y tristeza.

Además, muchas veces el horario de oficina dejaba de existir, las horas frente a la computadora se extendían hasta la madrugada y por primera vez, comencé a padecer de bruxismo. Es que, no por nada durante el 2020 en Estados Unidos, la palabra 'ansiedad' fue la más buscada en Google. Así lo dio a conocer un estudio hecho por investigadores de la Universidad de California en el que se identificó que este término tuvo 3,4 millones de búsquedas (375 mil consultas más de las esperadas). Y el hecho de que cada vez más psicólogos volqueen sus consultas a las terapias online, ha hecho que la barrera para buscar ayuda psicológica se elimine cada vez más. En mi caso, aproveché las entrevistas a expertos que tenía que realizar para mis artículos, para responder algunas de las dudas que tenía y poder controlar poco a poco, la ansiedad.

Entre las actividades que me han ayudado y sé que a otras personas podría también beneficiar, están encontrar un hobby que me ayude a desconectar del trabajo, aunque siga en casa. Comencé a estudiar a distancia y ahora dedico unos minutos al día para poder meditar, hacer ejercicio o simplemente descansar y dejar a un lado las preocupaciones.

Siempre hay algo qué agradecer

En el lado personal, debo confesar que fui parte de la estadística que evidenció que los jóvenes se volcaron a las aplicaciones para conocer a nuevas personas. ¡Es que no había otra opción! Las fiestas o reuniones con amigos eran solo un vago recuerdo de nuestras vidas antes de la pandemia y aplicaciones como Bumble y Tinder aumentaron sus adeptos.

Una prueba de ello, son los datos de la consultora digital Sensor Tower que identificó que Tinder creció cerca de un 8 % en ingresos netos al comparar sus finanzas entre agosto de 2020 y el 2019. Ahora, más de cuatro millones de personas en el mundo tienen cuentas en estas aplicaciones y aunque algunas salieron victoriosas en su intento de encontrar a sus 'medias naranjas', algunas más también fracasaron (como yo).

Eso sí, algo que descubrí y agradezco de este año, es que sé que puedo contar con mis amigos a través de una videollamada o las eternas llamadas telefónicas. Estar lejos de ellos a tan solo un 'clic' me ha ayudado a no sentirme sola. Tampoco puedo dejar a un lado a mis padres y hermana que se convirtieron en mis mayores pilares en los días que estuve triste o angustiada. ¡Ah! y cómo olvidar a mis dos gatitas (Noobi y Yuki), quienes fueron este año mis fieles compañeras de trabajo. Sin ellas, el encierro hubiera sido una tortura.

Un año en pijama
Noobi y Yuki me acompañaron en toda la cuarentena.cortesía

Es verdad que la pandemia no termina y las precauciones no deben parar. Yo aún continuo en teletrabajo de manera indefinida y escribo estas líneas acostaba en mi cuarto con mi pijama roja de algodón, la más cómoda. Pero, aunque no sabemos cuándo todos podamos ser parte de los beneficiarios de las vacunas, algo que tengo claro es que no deseo volver a la 'antigua normalidad'. Esta nueva versión de mí es más madura y en la soledad del confinamiento he aprendido que estamos en la tierra para apreciar los más pequeños detalles de la vida: esa sonrisa de nuestro ser amado, ese “buenos días” de nuestros compañeros de trabajo y la oportunidad de despertar para poder decir: “sigo viva y hoy cumpliré una nueva meta”.