Guayaquil

Domingo Jaramillo, el morochero que lleva unión a las ciudadelas

Personaje de la semana. Era directivo de una empresa, pero el coronavirus le arrebató su empleo. Empezó de cero con la venta de morocho.

morochero
Domingo Jaramillo de 31 años, en la preparación del morocho.CHRISTIAN VINUEZA/EXPRESO

Hay un refrán que dice que en los peores momentos surgen las mejores ideas. Domingo Jaramillo lo corrobora. Antes de que la pandemia del coronavirus aterrizara a Guayaquil y provocara muertes, quiebras económicas de empresas y despidos masivos de empleados, este guayaquileño de 31 años se balanceaba en la hamaca del privilegio laboral. Era el director de ventas de una empresa de marketing y director de activaciones ATL y BTL de la compañía. Impartía órdenes y era una pieza 'importante' dentro de esa entidad.

En marzo pasado, una de las garras invisibles del COVID-19 arrancó la hamaca de Domingo y lo lanzó al piso. La empresa en la que había laborado por dos años consecutivos entró en crisis económica y, como a otros empleados, tuvo que decirle adiós. ¿Qué hacer para tener ingresos?, se preguntó. Pero como dice otro refrán: hay quienes vienen al mundo a llorar y otros a vender pañuelos, no iba a permitir que el brillo de su vida profesional y laboral se apagara. Después de un mes de no hallar un nuevo trabajo donde poner a prueba sus conocimientos profesionales de marketing y administración de empresas, Domingo se puso de pie y empezó a trazar un plan para vender un producto que lo saque adelante.

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“Primero pensé en vender tortillas de verdes. Un amigo me invitó a la Placita to go, que es una mercado rodante de emprendedores que va a las ciudadelas, y ahí vi que ya vendían tortillas de verde, pero me di cuenta de que a la placita acudía mucha gente de la tercera edad y que tenía que ofrecer un producto con el que se identificaran y con el que sintieran felices. Entonces como un destello apareció en mi mente vender morocho”, recuerda con una sonrisa cómo se lanzó al mundo del emprendimiento. 

Fue así que para mayo pasado, mientras la pandemia azotaba Guayaquil, decidió callar a esa voz en su cabeza que lo atormentaba y empujaba a buscar ingresos, pese a no tener hijos y vivir en casa de sus padres. Fue entonces que pasó a la segunda fase. Olvidó la oficina por completo para dedicarse a la cocina. Con guantes, cubreboca y un gorro transparente que guarda sus cabellos, Domingo prepara la mezcolanza de leche, con granos, canela y pasas en una enorme olla. Le demuestra a EXPRESO cómo es su día a día. El dulce olor del morocho invade toda la casa de este emprendedor situada en la ciudadela Garzota, en el norte de Guayaquil.

Explica que la noche previa a la preparación deja remojando los granos de morocho para que se ablanden. Al día siguiente los hierve, le pone la leche, canela, clavo de olor... Esta pendiente de que tomé consistencia si exageración. El resultado: un gran sabor.

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“En realidad fue algo contradictorio porque a mí no me gustaba el morocho. Nunca me imaginé haciendo una actividad como esta, porque ni siquiera cocinaba”, se ríe mientras observa con un cucharon la textura de la mezcla. “Cuando me decidí le dije a mi mamá que me enseñara cómo se hace el morocho, porque a ella le salen muy bien los dulces y postres. Ella aprendió de mi padre, quien es chef, y al que también le pedí consejos de cocina. Luego compramos los ingredientes e hicimos 12 litros de morocho, los llevé a La Placita e increíblemente vendí todo”, recuerda feliz.

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Domingo laboraba en una empresa de marketing, antes de convertirse en morochero.CHRISTIAN VINUEZA/EXPRESO

Su idea dio frutos. El morocho caliente que llevó a la primera urbanización unió en una misma mesa a un grupo de amigos vecinos adultos mayores, que desde hace meses no se veían ni compartían anécdotas. Todos pidieron su vaso de morocho. 

“Cuando vendí todo estaba muy alegre, no me lo esperaba. Más feliz estuve por la reacción de la gente, que lo probaba y me decía que en serio estaba rico. Y me pedían más para llevar. Y luego se reunían en familia para tomar el morocho que yo preparé”, cuenta.
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Entusiasmado, le puso nombre a su negocio: 'El morocho del Negro'. “Es que a mí me dicen 'Negro'”, explica. Creó las redes sociales para promocionarse mejor y ha repetido la actividad en al menos 15 ciudadela más de Guayaquil. Ha tenido los mismo buenos resultados, sigue afianzando los lazos de amistad entre vecinos y sus ingresos económicos se duplicaron.

Los pedidos a domicilio empezaron a llegar. Entonces, después de haber pensado muchas veces que no vendería todo lo preparado, que nadie compraría su producto, que el dinero invertido se desvanecería y volvería a la nada, tuvo que organizar su tiempo para complacer a todos sus clientes. “Al inició sectoricé: los martes iba a una ciudadela, miércoles entregaba en una parte del norte, jueves en otra parte del norte y viernes en Samborondón y La Aurora. Pero ahora hay más pedidos a domicilios y en sectores del sur”, narra.

Y así el auto con el que se desplazaba a la oficina, ahora es una pieza principal de su propio negocio, con el que se moviliza para entregar los pedidos. Incluso, los conocimientos de marketing ahora los aplica con su propio emprendimiento.

“El que no arriesga no gana", cuenta Domingo, echando mano de otra frase popular para explicar su historia. "Si no me lanzaba a emprender no me hubiera enterado de que me sentiría tan bien con mi propio negocio. Si no hubiera sido por la pérdida de mi trabajo, no sería ahora mi propio jefe”, menciona sonriente mientras empaca varios litros en tarrinas para salir a su recorrido de entrega.

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Aún Domingo no se puede considerar un experto en la preparación del morocho, pero eso pretende. Su madre, Teresa Riofrío es quien verdaderamente lo guía en la preparación del dulce y lo acompaña en este nuevo proceso de vida y trabajo.

“Me dijo que quería hacer morocho y abrir su propio negocio y por su puesto yo le ayudé. Estoy orgullosa de él”, cuenta Teresa también con una cálida sonrisa.

Si sabes de un personaje de tu barrio que todo el mundo debería conocer, escribe a lopezk@granasa.com.ec