Cría de mamut lanudo
La cría de mamut lanudo conservada en el hielo, siendo examinada por científicos.Imagen generada con IA

Un mamut 'habló' 40.000 años después: la hazaña que reescribe la historia del ARN

El ARN del mamut Yuka revive 40.000 años después y cambia la historia de la evolución molecular

Durante décadas, el ARN fue considerado un fantasma del pasado: demasiado frágil, demasiado efímero para sobrevivir más allá de unas horas después de la muerte. Sin embargo, un equipo internacional de científicos acaba de demostrar que la vida, o al menos su huella molecular, puede perdurar mucho más de lo imaginado. En un hallazgo histórico, investigadores de la Universidad de Estocolmo lograron aislar y secuenciar moléculas de ARN de un mamut lanudo que vivió hace unos 40.000 años, durante la Edad de Hielo.

Se trata del espécimen conocido como Yuka, una cría que murió joven en las heladas llanuras de Siberia y cuyos restos quedaron atrapados en el permafrost, como si el tiempo se hubiera detenido. Lo que hasta ahora era imposible —recuperar ARN, la molécula que da voz a los genes— abre una ventana inédita al pasado biológico y evolutivo de las especies extintas.

El lenguaje congelado de la vida

El ácido ribonucleico, o ARN, cumple un papel esencial en la vida moderna y en la historia de la biología: traduce las instrucciones del ADN en proteínas, las piezas que dan forma y función a cada célula. A diferencia del ADN, que puede preservarse durante milenios, el ARN tiene una vida media brevísima: puede degradarse en cuestión de minutos. Por eso, el descubrimiento de fragmentos intactos en Yuka desafía las leyes conocidas de la biología molecular.

“Estamos viendo el estatus físico y metabólico del músculo del mamut poco antes de morir”, explicó a EFE el investigador Emilio Mármol, autor principal del estudio publicado en la revista Cell. “Esa es una información que no se puede obtener únicamente usando ADN”.

En otras palabras, el ARN no solo revela qué era Yuka, sino qué estaba ocurriendo dentro de su cuerpo en los últimos instantes de su vida.

Las huellas de un final violento

El equipo identificó marcadores moleculares de estrés en el tejido muscular, señales químicas que podrían coincidir con las heridas halladas en su cuerpo. Esas marcas sugieren que Yuka fue atacada por depredadores —quizás leones de las cavernas— antes de morir.

Sin embargo, Mármol aclara que el estrés celular también puede deberse al proceso mismo de la muerte: “Las células están estresadas porque están muriendo, o por una combinación de ambos factores”.

Junto a estas señales, los científicos hallaron ARN que codifica los componentes estructurales del músculo y una compleja red de microARNs, pequeños fragmentos reguladores que muestran qué procesos metabólicos estaban activos cuando Yuka exhaló su último aliento.

una de las patas de la cría de mamut lanudo Yuka
Una de las patas de la cría de mamut lanudo Yuka, en un excepcional estado de conservación tras la extirpación de la piel, lo que permitió recuperar moléculas antiguas de ARN.Efe

El pasado que puede cambiar el futuro

La persistencia del ARN más allá del tiempo esperado plantea una posibilidad fascinante: recuperar y secuenciar virus de ARN de la Edad de Hielo, como los de la gripe o los coronavirus ancestrales. “Si encontráramos restos de individuos que murieron con una infección, podríamos rastrear el origen evolutivo de esos virus y entender mejor cómo cambian con el tiempo”, explicó el científico español.

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Este tipo de investigación podría incluso arrojar luz sobre las pandemias del pasado, cuyos rastros biológicos han desaparecido, y ofrecer herramientas para anticipar mutaciones futuras de patógenos modernos.

El investigador Love Dalén, coautor del estudio, subraya que el descubrimiento amplía el horizonte de la paleogenética: “Ya no solo el ADN puede hablar del pasado, también el ARN puede contarnos qué genes estaban activos y cómo funcionaban las células de animales que desaparecieron hace milenios”.

El niño que soñaba con mamuts

La historia detrás de esta hazaña también tiene un toque humano. Emilio Mármol confiesa que su impulso nació de una simple curiosidad infantil. “Crecí fascinado por los dinosaurios y la Edad de Hielo. Siempre me pregunté si las moléculas que formaban parte de esos seres podrían sobrevivir congeladas en el tiempo”, relata.

Su escepticismo inicial no fue un obstáculo, sino el motor de la investigación. A pesar de que el ARN suele degradarse rápidamente si no se conserva en condiciones extremas, el frío perpetuo y la desecación del permafrost siberiano ofrecieron el escenario perfecto para lo imposible.

Los modelos matemáticos más recientes indicaban que el ADN más antiguo posible de secuenciar tendría unos siete millones de años; hasta ahora, el récord era de dos millones en bacterias y de un millón en mamuts. Con el ARN, en cambio, no existían precedentes ni proyecciones confiables. Hoy, Yuka acaba de establecer el nuevo límite temporal conocido.

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Lo que viene: una biología del pasado

El descubrimiento no es solo una curiosidad científica: abre una nueva disciplina. Los investigadores planean combinar el análisis del ARN con estudios de ADN, proteínas y otras biomoléculas para reconstruir con precisión la vida de la megafauna extinta.

Esa combinación podría ofrecer una visión tridimensional del pasado: qué comían los mamuts, cómo respondían al estrés, cómo se adaptaban al frío extremo y qué los llevó finalmente a desaparecer.

“Estamos revelando capas biológicas que han permanecido congeladas en el tiempo”, resume Mármol. “El ARN es como una grabación biológica de los últimos momentos de un organismo, y ahora podemos escucharla”.

El hallazgo, además, redefine lo que entendemos por memoria biológica. Lo que parecía perdido para siempre —el pulso químico de un ser vivo— puede sobrevivir miles de años, esperando ser leído por la ciencia. En el hielo eterno de Siberia, un pequeño mamut dormía desde hace cuarenta milenios; ahora, su ARN ha despertado para contarnos, literalmente, cómo se sentía antes de morir.

Yuka no solo ha vuelto a hablar. Ha devuelto a la humanidad una parte olvidada de su historia molecular, una historia que, al ser escuchada, podría ayudarnos a comprender mejor nuestra propia fragilidad… y nuestra permanencia.

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