La victoria de Trump

Muy pocos analistas políticos han señalado las verdaderas causas de la victoria de Trump, frente a una clásica representante del establecimiento en los Estados Unidos.

La que se ha llamado y continúa llamándose democracia norteamericana, padece de una serie de gravísimas fallas que, aunque Trump no las señalara específicamente, su crítica estaba en el fondo de su discurso, cuando hablaba de la corrupción que se enseñorea en Washington y causa dramas dolorosos en los sectores populares más amplios y menos protegidos en ese país.

La democracia norteamericana, tan elogiada por ciudadanos que solo miran su poderío, ha tenido y tiene todavía realidades dramáticas con las leyes de exclusión de los ciudadanos de color, que solo han sido reformadas en los últimos tiempos. Aun así se mantiene el criterio que considera a ese segmento como ofensivo y perjudicial para la realidad blanca, que es la que maneja, con un porcentaje muy limitado, la riqueza y los poderes de la nación. Y eso no ha variado ni con la elección de un presidente negro que se ha incrustado en el segmento dominante y cuyo gobierno no ha sido más que la continuidad de la misma condición de los demás, cuya minoría privilegiada, desde las sombras, gobierna tras el trono.

Los sectores rurales, aquellos que trabajan con salarios limitados y con perspectivas casi nulas de progreso material, y los segmentos ubicados en los barrios pobres de ciudades que muestran su esplendor, ajeno a esas mayorías, formaron parte de las muchedumbres que recibieron el discurso de Trump, deshilvanado y poco culto, pero eficaz para movilizar a los millones de norteamericanos que ya consideran al sistema como algo detestable y con una urgente necesidad de reforma que, sobre la base de los postulados libertarios básicos de los padres fundadores de la nación, limite el poder de las pequeñas minorías que usufructúan del sistema e inaugure una democracia con claros y profundos perfiles de justicia social.

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