La universidad ecuatoriana

La universidad ecuatoriana, y de manera especial la de Guayaquil -que celebró 150 años de su fundación-, está en la obligación de volver a ser lo que siempre fue, y que lamentablemente hoy ha dejado de ser: la rectora de los destinos del país. La universidad siempre fue la institución que con su orientación académica entregó al país hombres y mujeres que a lo largo de su vida se pusieron al servicio de la patria y cumpliendo sus enseñanzas, trabajaron en beneficio del Ecuador.

La universidad, además de cumplir un rol académico que es parte sustancial de su existencia, debe volcarse a la sociedad que exige y reclama voces y procedimientos encaminados a sacar a la patria de la corrupción, de la mediocridad y del desasosiego en que hoy vive. Debe compenetrarse profundamente, con absoluta independencia y con una mirada universal no puesta al servicio de una determinada ideología, para ayudar a encontrar pragmáticamente las soluciones a los graves problemas que actualmente confronta.

La universidad, y sobre todo sus estudiantes, deben encontrar en la Revolución de Córdoba, Argentina, de 1918 el espejo ideal para reconquistar la autonomía universitaria que se le arrebató injustificadamente, sin que se haya dejado oír la voz de resistencia de la juventud frente a este ataque vil.

Con mucha razón siempre se dice que un país es el reflejo de su universidad. La época revolucionaria tecnológica que vive el mundo actual debe ser entendida por la Universidad ecuatoriana para preparar a sus estudiantes, que son la razón de ser de su existencia, para que enfrenten a la vida acorde con el minuto actual.

Vivimos una etapa de gran conocimiento, pero de muy poca comunicación interhumana. La universidad está obligada a rescatar a la sociedad antes de que esta se diluya, como lo afirman sociólogos contemporáneos que analizan sesudamente este grave problema. El momento que vive el país reclama de urgencia la voz orientadora, independiente, no genuflexa de la universidad ecuatoriana.