Como Trump ayuda a China

La guerra comercial sino-norteamericana iniciada a comienzos de año por la administración de Donald Trump está escalando rápidamente. Ya ha impuesto un arancel adicional del 25 % sobre bienes chinos y un arancel adicional del 10 % sobre bienes. A menos que los líderes de ambos países puedan sellar un acuerdo en la próxima reunión del G20 en Buenos Aires, la situación probablemente empeore. China se ha negado a ceder a la presión estadounidense y no hay motivos para pensar que la administración Trump dará marcha atrás respecto a su amenaza arancelaria. Más allá de cuáles sean los costos en que incurre EE. UU. por el comercio con China, los beneficios son inmensamente mayores: gracias a las importaciones de bajo costo de China, los consumidores estadounidenses pagan menos por una amplia gama de productos. EE. UU. tiene un gigantesco déficit de cuenta corriente ay que se está endeudando mucho más con sus contrapartes extranjeras de lo que está prestando. Sin ingresos de capital chino, el Tesoro de EE. UU. enfrentaría tasas de interés más altas, subiendo el costo de financiar deuda del gobierno y el de las hipotecas de los propietarios de viviendas. El déficit comercial con China le ha costado empleos a EE. UU. en puestos de bajos salarios que han sido compensados por nuevos empleos en otras áreas. Pero ¿será EE. UU. capaz de mejorar su estructura económica y garantizar una distribución doméstica más justa de los beneficios del comercio internacional? Esto probablemente sea la razón por la que las sucesivas administraciones norteamericanas estuvieron contentas al tener déficits comerciales con China, aunque simularan otra cosa. El gobierno de China también estaba cómodo con el acuerdo, aunque no era lo mejor en el largo plazo, pues implica acumular reservas de moneda extranjera. El país está entre los principales receptores de inversión extranjera directa (IED) del mundo, pero no ha logrado traducir ese capital en un déficit de cuenta corriente que financie una mayor inversión y/o consumo domésticos, y ha establecido una posición de inversión internacional irracional. Los bonos del Tesoro de EE. UU. producen retornos magros y son menos seguros de lo que parecen pues la Reserva Federal de EE. UU. siempre podría decidir que su carga de deuda se ha vuelto demasiado pesada e intentar desinflarla imprimiendo más dólares. El impacto de un reequilibrio de este tipo en la economía global podría ser muy grave. Si China pretende acumular activos extranjeros, estos deberían ser más rentables que los títulos del Tesoro de EE. UU. y reducir sus pasivos externos costosos para equilibrar sus importaciones y exportaciones, nivelando también el campo de juego para las corporaciones extranjeras que operan en su mercado, eliminando incentivos para que los gobiernos locales compitan por IED sin importar el costo. Así, la guerra comercial tal vez termine siendo una bendición encubierta para China. La presión de EE. UU. en 2005 para que China permitiera que el renminbi se apreciara fue “un intento artero” de mantener los “enormes beneficios” para EE. UU., a expensas de China, con un tipo de cambio fijo. Con Trump, estos buenos tiempos tal vez estén por terminar y él sea recordado por sus ataques a China, que fortalecieron a esa economía, en parte a expensas de EE. UU.