
Trece dias de eterna espera
Solidaridad. Se mantienen las convocatorias cada día para mostrar apoyo a los tres civiles secuestrados en la frontera con Colombia.
Abrir los ojos y enfrentar los retos de cada día marcaban hasta hace trece días la rutina de tres familias en Ecuador. Hasta que la fría bofetada del secuestro de sus seres queridos en la frontera convirtió ese despertar en una angustia sin fin.
El 27 de marzo, cuando se confirmó el secuestro del periodista Javier Ortega, del conductor Efraín Segarra y del fotógrafo Paúl Rivas del diario El Comercio, en la provincia de Esmeraldas, fronteriza con Colombia, la vida “cambió en un segundo” para sus familias, confiesa Yadira Aguagallo, pareja de Rivas.
Inundados en preguntas aún sin respuestas, la rutina de los familiares transcurre ahora entre comités de crisis, llamadas de asesores de ministerios, búsqueda de información, vigilias y marchas de protesta.
“Para muchos de los que estamos directamente relacionados con esto han sido también días de dejar nuestros trabajos” y de dejar de lado “detalles tan minúsculos como pagar la tarjeta de crédito”, una responsabilidad que, como otras, obliga a poner los pies en tierra y plantearse cómo continuar la vida después de esto, comenta. Pero el martes llegó la segunda bofetada. Un medio de comunicación colombiano difundía un vídeo en el que los tres secuestrados, abrazados y encadenados, decían que sus vidas estaban en las “manos” del mandatario ecuatoriano y que sus secuestradores son disidentes de las FARC.
“Las pocas horas o minutos que logramos dormir cada noche, se convirtieron de nuevo en una pesadilla al despertar y ver esas imágenes de Paúl (45), Javier (32) y Efraín (60)”, dice Aguagallo. Pero aunque fue un “shock inicial muy fuerte” y un “encontrón de emociones”, con la voz modulada de quien cuida que no se escape el llanto, dice que al mismo tiempo el vídeo les dio esperanza al saber que “siguen vivos”.
“Estoy segura de que los tres van a regresar, pero también de que nuestras vidas van a cambiar”, indica al especular que, de concretarse el ansiado retorno, “los primeros momentos serán de desconfianza a todo”.
“No tengo duda de la paranoia que voy a experimentar cada vez que Paúl salga de la casa y del miedo que me va a provocar que vuelva a hacer su trabajo, aunque tengo la misma convicción que él en su trabajo, porque no es solamente tomar fotos, es garantizarle a la gente el derecho a informarse”.
Un hondo suspiro para aguantar el llanto es también un pretexto para reemplazar los tristes pensamientos con la idea de que Rivas sabe que tanto ella, como su hija, su madre y toda su familia están “haciendo todo” por él. El 25 de marzo, al despedirse de su pareja (el menor de tres hermanos), le recordó que una semana después, el 2 de abril, sería su 33 cumpleaños. “Tranquila, voy a regresar para tu cumpleaños”, le dijo él sin saber que no podría cumplir su voluntad.
Hasta cantar el cumpleaños
La ilusión de volver a casa era lo que mantenía con vida a Wilmer Álvarez Pimentel, de 34 años. Sin embargo, luego de una supuesta limpieza quirúrgica, el cabo primero de Infantería de Marina, no resistió y falleció la tarde del jueves.
Wilmer estaba hospitalizado en Quito, hasta donde viajó su esposa y su hermano, para cuidarlo ya que perdió las piernas y la visión del ojo izquierdo producto del atentado sufrido en Mataje, Esmeraldas, el pasado 20 de marzo.
Su padre Washington Nazareno no podía comprender lo ocurrido. El hombre recordó que su hijo la mañana del jueves abrazó a su hija mayor de 13 años y le cantó el cumpleaños.
El festejo quedó pospuesto, pues enseguida los galenos llevaron a Wilmer para una curación de las heridas en su pierna. Horas después, solo les notificaron que falleció.
“No sabemos qué pasó. Él estaba consciente, conversaba y siempre preguntaba por la familia en Esmeraldas. Lo recordaré siempre como un héroe de la Patria”, indicó Washington. EFE-AV