Transparencia, etica y escandalo

La transparencia, al igual que la soberanía, son conceptos nobles sometidos a un inmisericorde abuso. La práctica de la transparencia denota honestidad de proceder y comportamiento ético. La soberanía se refiere al dominio autónomo, efectivo y responsable de los asuntos del estado-nación respecto de su territorio, sus leyes y las normas de convivencia.

La vida pública demanda transparencia; quienes la viven deben dar cuenta de sus actos, exhibir conductas ejemplares y ser honestos. La transparencia es por ello un potente antídoto contra la corrupción que es, por definición, practicada en la penumbra de la opacidad, requiere de secretismos, se nutre de la mentira, es contagiosa y destruye a su paso el tejido social. Nuestro ecosistema político y económico no es amigable con la transparencia y se ha hecho adicto a la corrupción; la discusión sobre la integridad y la honestidad ha entrado en el ámbito no menos corrupto del escándalo.

Quienes han demostrado no creer para nada en la transparencia y desprecian la práctica de la ética, carecen de autoridad para convertirse en acusadores y jueces. El ejercicio de la fiscalización, función desterrada de la legislatura en la década pasada, tiene sus límites en la defensa de la privacidad, pues de otra forma se convierte en el proverbial “circo” que busca sembrar el caos. Dicho de otra forma, la transparencia reside en el imperio de la ley y toda condena debe basarse en hechos razonablemente comprobados y no en evidencias circunstanciales o, peor aún, en rumores o acusaciones falsas.

Investigar y despejar las dudas sobre los negocios, supuestamente ilegítimos, que familiares o amigos del presidente hayan podido llevar a cabo es positivo, pero el proceso se descarría desde el momento en que se recurre al espionaje y lo motiva la vindicta. La conducta poco estelar de quienes lideran las funciones del Estado, lamentablemente, contribuyen a explicar la sensación colectiva de rechazo y desasosiego, causada esta en parte por la crisis económica, pero más aún, por ser una crisis de valores en la que sus protagonistas son acusadores y acusados.

Quedamos los ecuatorianos a la espera de argumentos debidamente sustentados. Es una oportunidad para rescatar la transparencia y la integridad, fortaleciendo la ética y combatiendo la corrupción.