Documentos internos de la UE muestran el modus operandi de las mafias, que abandonan sin motores a los migrantes y buscan recuperar las barcazas vacías

Traficantes de personas cazados

Este es el escenario idóneo para las mafias que operan con decenas de miles de migrantes desesperados que lo dejan todo atrás -dinero, pertenencias, el único par de zapatos- para poder llegar a las costas de la Unión Europea.

Verano, buen tiempo y el Mediterráneo como una balsa de aceite. Este es el escenario idóneo para las mafias que operan con decenas de miles de migrantes desesperados que lo dejan todo atrás -dinero, pertenencias, el único par de zapatos- para poder llegar a las costas de la Unión Europea. Los traficantes no solo maltratan a los migrantes en las playas al oeste de Trípoli (Libia), sino que también están sembrando el miedo en altamar, a veces en aguas internacionales, para entre otras cosas recuperar las embarcaciones vacías que ya han sido rescatadas y reutilizarlas una y otra vez, según un documento de Inteligencia de la UE al que ha tenido acceso EL PAÍS.

Sophia, la operación comunitaria contra los traficantes en el Mediterráneo que terminará el próximo julio y de la que forman parte 25 países, ha pillado in fraganti a las mafias en plena operación en el mar. Los traficantes acompañan en pequeñas lanchas motoras a las pateras sobrecargadas con hombres, mujeres -a veces con un embarazo muy avanzado- y niños, hasta el límite con aguas internacionales. Es en este momento cuando los criminales quitan el motor a las pateras y se lo llevan “para reutilizarlo en futuras salidas”, explica el documento interno. Hasta ahora solo se había dicho que eran los propios migrantes los que se deshacían del motor tirándolo al fondo del mar en cuanto divisaban a sus rescatadores, según los testimonios recogidos por testigos y ONG.

Los traficantes han encontrado la manera de sacarle el máximo provecho al negocio de las pateras. “(Las mafias) esperan, incluso en aguas internacionales, a recuperar las embarcaciones que no han sido destruidas por los militares tras las operaciones de rescate”, según el mismo informe. En las imágenes aéreas, de mayo de este año, se ve claramente cómo botes con apariencia de pesqueros remolcan pateras de goma y de madera vacías de vuelta a las costas entre Trípoli y Sabrata, en Libia. Así las reutilizarán en futuras salidas. Se adivina un ir y venir interminable. Solo en Misrata hay unos 10.000 subsaharianos, según relató en enero el doctor Tankred Stoebe a la ONG Médicos Sin Fronteras. Y muchos tendrán como objetivo final las costas italianas. Sophia consiguió “neutralizar” -es decir, quemar- 347 embarcaciones el año pasado (281 de goma, 61 de madera y cinco pesqueros) para que las mafias no volvieran a usarlas. Los militares, que vieron estas prácticas desde uno de sus 10 buques o de sus siete aviones, denuncian a su vez que “no se tomó ninguna acción contra estos traficantes”. Se van. Es “crucial”, advierte la misión militar, destruir las barcazas para desmantelar el negocio mafioso que recaudó unos 4.000 millones de euros tan solo en 2015, según la agencia de control de fronteras exteriores de la UE (Frontex). Pero su exterminio, generalmente, es una labor que depende de las autoridades, y no de las ONG.

Conforme se instala el buen tiempo y las mareas se calman, el flujo migratorio aumenta considerablemente. Y a la UE le preocupan las “salidas simultáneas”. Esta avalancha, junto al descontrol de la Guardia Costera Libia de la zona de Zuara (al oeste de Libia), controlada por las milicias, dificulta cada vez más la vigilancia de una de las vías de entrada a Europa. Las pateras salen desde diferentes puntos a la vez controlados por los traficantes (principalmente Sabrata, Zauiya y Zuara, en Libia; Monastir, en Túnez; y Annaba, en Argelia) con una diferencia de “unos pocos minutos”, enumera el mismo informe. Y esto limita “seriamente” la capacidad de salvamento marítimo y de las ONG para llevar a cabo los rescates en la zona del Mediterráneo Central, la más mortífera desde hace 11 años, cuando se empezó a contabilizar. El pasado miércoles hubo hasta 20 operaciones de rescate en una misma mañana.

Desde 2015, han emprendido ese camino desde Libia 385.319 personas (50.041 en lo que va de año), algo más de todos los habitantes de la ciudad de Bilbao. 12.064 personas, en su mayoría subsaharianos, han fallecido en el intento desde 2014, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Murieron por ahogamiento -muchos no saben nadar- o por asfixia. O, incluso, por la máxima violencia de las mafias. Tras un rescate el pasado 6 de mayo, cuando un buque de una ONG llegó a Catania (Sicilia) con 141 personas a bordo y un cadáver, las autoridades locales certificaron que el hombre había muerto durante la travesía, pero no por deshidratación, o puro agotamiento, como es habitual. Según sus compañeros, uno de los traficantes que estaba en otra lancha ordenó al migrante que le entregase su gorra que en ese momento le protegía del sol. Se resistió. La respuesta fue un disparo mortal y la carga de un muerto en una balsa hinchable a rebosar de desechos y de gente repleta de sarna y otras enfermedades.

La inmensa mayoría de quienes se aventuran a pagar a las mafias para partir a la UE desde Libia, son de Nigeria. El número de bangladesíes, sin embargo, se ha disparado de tan solo cuatro en los primeros meses de 2016 a 5.812 en lo que va de 2017. También hay gambianos, costamarfileños, senegaleses, guineanos...